POR: EDUARDO GRANADOS PALMA
Analista Internacional en Seguridad,
Inteligencia y Defensa
www.CIASID.org
Cientos de miles de asesinos en potencia circulan por las calles del mundo en estos momentos. Solo hace falta que una cadena de factores psicológicos y físicos se asocien entre sí para que un individuo tome la decisión de perpetrar un atentado serial al azar como el que acaba de suceder en Noruega. Un hombre armado con un arco y flechas mató el pasado miércoles 13 de octubre a cinco personas e hirió a otras dos en Kongsberg, en el sureste de Noruega, antes de ser detenido, un danés de 37 años, se había convertido al islam y mostraba señales de radicalización que la policía seguía con preocupación, es decir, la policía noruega ya lo tenía identificado. Pero no debemos culpar a la policía por omisión. Si los ciudadanos pudiéramos ser detenidos sin mayor pruebas que la sospecha de tener la intención de cometer un crimen caeríamos en un caos de ingobernabilidad ante tanta laguna jurídica. El ataque se produce 10 años después de la mayor masacre cometida en la historia de Noruega. El 22 de julio de 2011, Anders Breivik, un neonazi antimusulmán que dijo actuar en nombre de la lucha contra el multiculturalismo y la invasión musulmana, asesinó a 77 personas tras detonar una furgoneta bomba a las afueras de la sede del Gobierno, que dejó ocho víctimas mortales. Más tarde, protagonizó un tiroteo en Utoya, una isla cercana en la que se celebraba un encuentro de la sección juvenil de Partido Laborista. Allí asesinó a 69 adolescentes que participaban en la reunión. Hace años escribí en este mismo espacio una columna relacionada a la masacre y también hay una película en Netflix sobre la lamentable tragedia. Cuando se habla de asesinos con frecuencia se recurre a las palabras "monstruos" o "perversos" para calificarlos, como si fueran seres de otra especie aparte, absolutamente diferentes a nosotros. Sin embargo, cualquier persona tiene la capacidad de matar. Los humanos siempre hemos tenido que matar para sobrevivir: nuestros cuerpos matan bacterias que amenazan nuestras vidas, siempre hemos matado plantas y animales para comerlos y, ciertamente, desde tiempos ancestrales nos matamos los unos a los otros por distintas e innumerables razones. A todos solo nos separa una mala decisión de dañar de manera trágica a los otros. Un momento de locura en nuestros coches, un cuchillo que se desliza, un empujón, etc. Eso no significa que sea probable que todos actuemos igualmente de manera horrible, pero significa que todos debemos asumir que somos capaces de causar un gran daño a los demás. Y cuando comencemos a comprender lo que nos puede conducir por caminos oscuros, podemos comenzar a entender por qué otros los han elegido. Podemos comenzar a descomponer el "mal" en sus componentes, recoger cada pieza y estudiarla. En mi libro "LA GUERRA QUE VIENE" (Editorial Panorama, 2010) hablo de varios estudios al respecto. En uno de esos estudios la mayoría de los participantes (tanto hombres como mujeres) confesaron que habían tenido fantasías sobre el asesinato: fantaseaban con matar a personas como sus colegas o sus seres queridos. Estos pensamientos son normales, por suerte llevarlos a la realidad no lo es. Vemos a menudo que aquellos que terminan cometiendo asesinatos no fantasearon con eso, como lo hacen los malos de las películas; en cambio, con frecuencia es el resultado de una pelea que va demasiado lejos o de los celos. La mayoría de las veces, el asesinato no es el resultado de la planificación meticulosa de un sádico o psicópata, es mucho más probable que sea una mala decisión de la que la persona se arrepiente inmediatamente y que la persigue para el resto de sus vidas. Vivimos en un país donde año con año se superan los índices de homicidios. Estoy convencido de que es tiempo de reconocer y estudiar a fondo el problema para diseñar programas preventivos y delimitar protocolos del uso de la fuerza para el combate de este delito. Sé muy bien de lo que hablo y por ello me ocupo día con día al respecto.