Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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Cien mil bodas / 799


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Por:
Sin Censura
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11-10-2021
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Edición:

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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.

En el transcurso de la Segunda Guerra mundial la economía de los países involucrados estuvo afectada por un casi absoluto intervencionismo estatal, inimaginable hoy en día. Era lógico que, en una confrontación bélica, el Estado tome bajo su control todos los recursos disponibles para enfrentar al enemigo. Es la “economía de guerra” que, a su vez, genera una serie de comportamientos sociales que no son los usuales. De pronto desaparecen algunos productos de la lista de compras, en buena medida porque otros productos, los básicos, empiezan a escasear en el mercado.

Algunos eventos sociales que solían ocupar un lugar importante en la cotidianeidad también desaparecen, al menos mientras dura la situación de emergencia, que siempre se asume de poca duración. Es el caso de los matrimonios y, sobre todo, la disminución de los nacimientos. La guerra merma la esperanza, disminuye sensiblemente la certidumbre y dificulta imaginar un futuro promisorio para los hijos.

Cualquier parecido con la actual pandemia de COVID 19 no es mera coincidencia, es que son situaciones similares. Un aparato productivo semiparalizado, con la consecuente escasez de productos indispensables, la disminución o falta absoluta de ingreso, las muertes, sobre todo de padres de familia que, a su vez, dejan hijos sin posibilidades de manutención, en fin, es el predominio de la incertidumbre, de la inseguridad respecto al futuro e, incluso, el presente. Esa sensación de que la vida, la familia misma puede acabar en cualquier momento, cancela toda posibilidad de hacer planes, de imaginar un futuro luminoso. Ni dan ganas de casarse ni de engendrar hijos cuya vida imaginamos posiblemente muy precaria.

Pero, como sucede cuando finalmente llega la paz, la esperanza renace y también la necesidad de sentirse libre de los constreñimientos que la guerra impone. Igual pasa cuando desaparecen o, al menos, disminuyen las restricciones que la pandemia impuso. La creencia, con bases científicas o sin ellas, de que estamos ante el inminente fin de la prolongada cuarentena hace renacer la confianza, la sensación de que la vida puede que no sea tan corta como nos lo han hecho creer dieciocho meses de encierro y, por tanto, volvemos a hacer el intento de vivir en el largo plazo. Lo prueba el hecho de que para el último trimestre del presente año se prevé la realización de cien mil bodas, muchas de ellas (alrededor del 60 por ciento) originalmente programadas para el año pasado o para principios del actual.

De acuerdo con una nota que recogen varios periódicos, en nuestro país se llevaban a cabo más de medio millón de bodas al año, al menos hasta antes de que la pandemia obligara a la cancelación de un 30 por ciento de las programadas. Ahora la situación pinta diferente, de hecho, pinta de amarillo a un creciente número de estados en el semáforo epidemiológico y de verde a otros tantos. Por eso se puede considerar como muy probable la llamada “avalancha de bodas” para los últimos tres meses de este ajetreado 2021. Y con esa misma tendencia iniciará el próximo año, pese a los sombríos pronósticos elaborados, un día sí y otro también, por los analistas que llevan medio sexenio prediciendo el colapso de la economía nacional.

Después de esta guerra contra la pandemia, habrá que hacer el recuento de daños, no solamente los materiales sino en términos de vidas humanas, de familias que quedan incompletas por la muerte de uno o varios de sus integrantes y, también, en términos de tejido social, de confianza del uno en el otro, de espíritu solidario. Mientras tanto, ¡Que vivan los novios!

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