Torreon, Coah.
Edición:
04-Nov-2024
Año
21
Número:
925
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Avándaro / 796


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Por:
Sin Censura
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19-09-2021
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Edición:

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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.

Desde los años sesenta se vislumbraban cambios profundos en la sociedad mexicana, tal como sucedía en otros países del mundo. Los estertores del llamado “milagro mexicano” coincidían con la agonía del estado benefactor, el nuevo pacto de clases que emergiera en la postguerra como alternativa al modelo socialista soviético. Es la agonía del “Estado providencia” que, sin embargo, había cumplido con su tarea de contención de un sindicalismo al que se le miraba como la antesala del socialismo. Otra de las grandes tareas cumplidas por este modelo social, económico y político fue la procreación de una clase media, joven e ilustrada con intereses más individualistas, con un insospechado margen de libertad respecto de sus instituciones de control social como la familia y la iglesia, con un desdén hacia otras como el ejército. Un cambio en la manera de ver y relacionarse con el mundo poniendo en el centro al individuo, mientras que las grandes instituciones quedaban en posiciones de marginación cada vez mayor.

Los ajustes, sin embargo, no fueron tersos. Los jóvenes, emergentes como nuevo sujeto social, empezaban a exigir su lugar en el espacio político. Y lo hicieron acompañando a los que ya formaban parte de ese escenario como los campesinos, los maestros y los obreros que, en el caso de México, ya tenían rato exigiendo sus derechos tomando la calle y, por tanto, habiendo aportado su cuota de presos y perseguidos políticos tales como Othón Salazar del movimiento magisterial, o como Demetrio Vallejo y Valentín Campa del movimiento ferrocarrilero. Los movimientos estudiantiles del 68 y del 71 también aportaron su cuota de huéspedes del palacio negro de Lecumberri. Sin embargo, en ese mismo 1971, tres meses después de la matanza del jueves de Córpus, tendría lugar un suceso que marcaría en gran medida la cultura, no solo musical, de la juventud mexicana: el concierto de Rock y Ruedas de Avándaro.

A finales de agosto y principios de septiembre aparece en varios diarios y en afiches pegados en paredes de nuestra capital la invitación para un concierto de rock. En él participarían agrupaciones emblemáticas de la música juvenil marginal, esa que se tocaba en pequeños lugares frecuentemente asediados por las redadas policiales, bautizados genéricamente como “hoyos fonky” por la creativa mente del escritor Parménides García Saldaña, viva expresión del desconcierto de la juventud roquera de ese entonces.

Después de la brutal represión del 2 de octubre de 1968 los soñadores estudiantes que imaginaban un mundo mas solidario, menos desigual concluyeron que el camino de la protesta pacífica solo conducía a la represión. Por eso, muchos de ellos abrazaron la opción armada como la única posible para cambiar el mundo y se unieron a la guerrilla. Otros, cómo Porfirio Muñoz Ledo, se metieron al PRI para “transformar el sistema desde dentro”. Unos más consideraron que las enseñanzas del movimiento estudiantil del 68 deberían ser aplicadas pues, a su juicio, los esquemas de organización que pusieron en práctica durante ese movimiento eran, en sí mismos, el germen de un nuevo tipo de sociedad, algo parecido a lo que se proponían cuando hablaban de socialismo. Pero hubo otros que no quisieron volver a saber nada de política, ignorando que con esa actitud también hacían política.

Se dedicaron a la bohemia, a realizar actividades entre artísticas y simplemente hedonistas. Estos son los que, a mi juicio, predominaron entre los asistentes al concierto de Avándaro, lo más parecido al concierto norteamericano de rock celebrado en Woodstock dos años antes. El desencanto con la política militante, con los sueños revolucionarios socialistas dio lugar a este evento hace cincuenta años.

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