POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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Es fin de semana de elecciones; las más grandes de la historia de México, pues se habrán de elegir más de 21 mil cargos públicos entre regidores, alcaldes, diputados y gobernadores, además, serán unas elecciones costosas, pues serán más de 27 mil millones de pesos a pesar de la crisis económica producto de la pandemia los que nos costarán estos comicios; y el costo por voto rondará los 292 pesos en comparación con los 223 pesos de la elección intermedia anterior.
Se trata, pues, de una elección por demás interesante y que trae consigo una prohibición estipulada dentro del artículo 300 de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales que a la letra señala: “El día de la elección y el precedente, las autoridades competentes de acuerdo a la normatividad que exista en cada entidad federativa, podrán establecer medidas para limitar el horario de servicio de los establecimientos en los que se sirvan bebidas embriagantes”.
La ley seca es prohibicionista e históricamente las prohibiciones solo han provocado lo contrario a lo que buscaban.
El 17 de enero de 1920 inició en los Estados Unidos la famosa Ley Seca y estuvo vigente hasta el 5 de diciembre de 1933 y el día que se levantó la restricción los norteamericanos bebían más alcohol que antes de la prohibición.
No hay un solo estudio que demuestre que la Ley seca es benéfica para la sociedad, al contrario, provoca la existencia de venta clandestina, la compraventa anticipada y desmedida de bebidas alcohólicas y un consumo superior al normal al tratarse de venta de pánico.
Si la idea es guardar el orden, no parece haber congruencia, pues en mis cuatro años que me desempeñé como consejero electoral, jamás supe de un caso en alguna casilla en donde una persona bajo los efectos del alcohol estuviese alterando el orden, por el contrario, los casos de violencia o conculcación del orden eran cometidos por personas bastantes sobrias.
No hay correlación entre la ingesta de alcohol y el comportamiento dentro de una casilla electoral.
Por otra parte, si lo que se busca es que las personas salgan a votar conscientes, habría que educar políticamente a la sociedad en lugar de prohibirle gustos personales, pues muchos electores votan de manera inconsciente, manipulados o afectados emocionalmente, y la falta de razonamiento es la causa de malos gobiernes que hemos tenido históricamente, por ello tampoco me parece que haya relación entre sobriedad y razonamiento o consciencia política a la hora de votar.
Finalmente, si lo que se pretende es que el ciudadano asista a votar en lugar de quedarse a beber en casa, entonces la prohibición debe realizarse unos meses antes, porque un día antes de la elección solo provoca que compremos la cerveza un poco más temprano que de costumbre, además, el prohibicionismo en el marco de la pandemia durante 2019 no detuvo para nada el consumo, pues surgió otro mercado bastante pernicioso: el alcohol adulterado que incluso cobró vidas humanas.
Si la pandemia no fue suficiente para dejarnos claro que el prohibicionismo no funciona, realmente necesitamos un “reset” cerebral para iniciar de cero y analizar con calma la decisión de aplicar una “Ley seca”.
Soy un respetuoso del Estado de Derecho, pero esta ley es la más absurda que existe, pues no elimina el problema, sino que lo vuelva más peligroso y al final el alcohol sigue fluyendo como si nada.