POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
“Por favor, quiero decir algo; ustedes me van a disculpar, pero siento que tengo derecho a hablar en esta reunión porque fui educado como niñita. De modo que de alguna manera soy una mujer honoraria. aunque desgraciadamente no he sido reconocido así públicamente”. Humberto Maturana
El pasado 6 de este mayo murió Humberto Maturana, uno de los más grandes pensadores al que debemos, entre otras muchas aportaciones científicas, el concepto de autopoiesis. Nacido en Chile, se formó como biólogo y, desde esa disciplina, se hizo ese tipo de preguntas que suelen conducir a los límites disciplinares hasta el nivel de la transgresión. Cuando no encontró las respuestas bajo el paraguas de su disciplina recurrió a otras.
Maturana hizo estudios, que no culminó, de medicina. Sin embargo, en los laboratorios de esa escuela, comentaría después, desarrolló preguntas cuyas respuestas no se podían obtener en el campo de la medicina. Había que ir más allá y lo hizo. Estudió neurofisiología, anatomía y en Harvard obtiene su doctorado en Biología. Ya en los años sesenta estuvo nominado al premio Nobel junto a otro científico y aunque no lo obtuvo logró, sin embargo, ocupar un espacio importante entre los científicos que buscaban explicarse los mecanismos del conocimiento.
Desde la biología se preguntaba que es lo que sucedía en el ser humano para pasar de un estado de menor conocimiento a uno de mayor conocimiento, desarrollando así la idea de que la cognición es un proceso biológico. Su concepto de autopoiesis se convirtió en un puente con la Teoría de sistemas cuyo principal exponente era el sociólogo Niklas Luhmann y pudo así explicar a los seres vivos como capaces de autoproducirse y autoconfigurarse. Esto, a su vez, le permitió aplicar sus teorías al comportamiento de los seres humanos y específicamente a la comprensión de cómo se construyen las estructuras sociales.
Aborda, por ejemplo, el que hagamos permanente esa contradicción entre individuo y sociedad, como si no tuviésemos ambas características, nuestra individualidad junto a nuestra sociabilidad o, en todo caso, aceptando que somos esa dualidad, pero en la que se subordina el interés social al individual o viceversa, como sucede actualmente bajo la directriz ideológica del neoliberalismo.
En su hermoso libro Transformación en la convivencia, Maturana muestra la fusión que hay entre individuo y sociedad cuando describe la biología del fenómeno social o cuando muestra la base biológica de la cognición o del amor. Ahí afirma, una y otra vez, que el ser humano es constitutivamente social, que no existe lo humano fuera de lo social y, sobre todo, que lo genético no determina lo humano, solo funda lo humanizable. En otras palabras, no nacemos humanos sino humanizables, lo que nos remite al papel que juega la cultura para adquirir lenguaje y valores con lo que nos fundimos con esos otros construyendo un “nosotros”. Solo así podemos ser parte de un todo social en el que no basta con tener características biológicas similares; necesitamos compartir un lenguaje compuesto de palabras que signifiquen lo mismo para los integrantes de ese grupo social.
Todo sistema social, dice Maturana, es conservador, por eso toda innovación social genera resistencias, a veces extremas. La única manera de imponer un cambio es partiendo de que este posea características seductoras. Esto es así, nos dice este gran biólogo filósofo, porque la conducta social está fundada en la cooperación, no en la competencia. “No existe la ´sana competencia´, porque la negación del otro implica la negación de sí mismo al pretender que se valida lo que se niega”, dice Humberto Maturana como parte de su portentoso legado.