POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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Las democracias deben madurar, por lo tanto, sus integrantes también. En nuestro país la política es un círculo viciado al que la gran mayoría se ha acostumbrado. En cada campaña política aparecen los candidatos con las mismas costumbres, los lugares comunes, los rituales que los vuelven patéticamente predecibles: abrazar ancianos, besar infantes, realizar actos que habitualmente nunca realizan como hacer deporte, asistir a sesiones de danza, hacer labor comunitaria, ir a gimnasios, celebrar juergas con diversas grupos; así como caminar y caminar tocando puertas pidiendo el apoyo con propuestas tan genéricas, vacías y absurdas que solo denotan el tradicionalismo del político mexicano que no tiene la menor idea del funcionamiento de la administración pública, pero que saben que la mayoría de las personas creerán en las promesas de siempre. El tradicionalismo en política ha hecho que trivialicemos actos tan importantes y trascendentes en política como lo son la dimensión propositiva; es decir, aquella que tiene que ver con el plan de trabajo de los candidatos, aquel plan que nos permite saber qué grado de conocimientos sobre los problemas reales y sus soluciones factibles tienen todos los aspirantes. Esta profundización de la dimensión propositiva solo puede darse a través de un debate político, pero no el debate que también hemos trivializado, aquél en el que los participantes terminan intercambiando diatribas y acusaciones, aquél en el que los ciudadanos participan como espectadores solo por morbo. Sin embargo, no tiene que ser así, pues el éxito de un debate, independientemente del grado de profesionalismo de los participantes, depende en mucho del moderador, aquél que, en efecto, modera, regula y guía el contenido del debate, porque ciertamente los debates en México se han concentrado en los ataques personales de los contendientes y rara vez en propuestas de desarrollo social, formas de autogobierno, prioridades de la agenda pública, etc. Los beneficios de los debates son varios; entre ellos resaltan los siguientes: conocer la capacidad argumentativa de los participantes, mayor tiempo para detallar las propuestas y la forma en que se ejecutarán debido a que en los recorridos por colonias el tiempo es limitado, evaluar el grado de conocimiento de cada candidato sobre el diagnóstico de las necesidades de la comunidad y sus soluciones; comparar, a final de cuentas, la mejor opción. Se trata de crear cultura política, de considerar al debate político como patrimonio público, aprender a distinguir entre declaraciones propagandísticas y el auténtico debate político, a que maduremos como ciudadanos, a que profesionalicemos la política y a los políticos, a que trascendamos del tradicionalismo al vanguardismo. La administración pública es una ciencia que da soluciones a problemas sociales, y los debates, aunque no son necesariamente planes de desarrollo, son ciertamente la antesala o las bases del diagnóstico que permite definir problemas. En políticas públicas, el paso más importante es la definición del problema para empezar a implementarlas y resolver problemáticas sociales, por ello el debate consiste básicamente en plantearle a los participantes algunos problemas locales y dejar que ellos en un determinado tiempo expliquen la forma o las estrategias con las cuales ellos de manera hipotética resolverían el problema sin permitir que se desvíen en las banalidades que han caracterizado el debate en México. Por ello, los debates deben ser un requisito, una obligación en cada contienda, sin importar ámbito o cargo. Se trata de cultura política, se trata de madurar como sociedad, se trata de profesionalizar la política en aras del bien común.