POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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He iniciado unos recorridos breves como parte de una dinámica para conocer necesidades del pueblo en el que vivo, con miras, desde luego, a una candidatura para la próxima contienda electoral. El objetivo es realizar un modesto diagnóstico sobre las necesidades de los diversos sectores del pueblo, y en dos semanas de caminata he podido constatar algo que va más allá de las necesidades básicas que gran parte de la población reclama: agua potable, pavimento, alumbrado público, alcantarillado, imagen urbana, seguridad pública; etc., y es sin duda alguna el sentimiento de hartazgo, de incapacidad e impotencia ante el pasar de los años, la permanencia de los mismos problemas y necesidades y una gran indiferencia gubernamental que solo desaparece cuando una elección se aproxima. Y esos sentimientos se reducen a una sola palabra: desesperanza. El abandono gubernamental por años ha provocado en las personas la pérdida de la esperanza, la visión genérica de que todos son iguales, son lo mismo, de que ningún actor político resolverá los problemas, de que solo buscan beneficios personales, de que todo, al final de día, seguirá igual como siempre. Desde luego que esta desesperanza se traduce en abstencionismo el día de las votaciones, las personas al sentir que nadie representa realmente la mejora de la situación de la cosa pública, optan por no votar y esto beneficia a los mismos grupos que bien organizados, bien estructurados y con el monopolio de apoyos sociales solo para incondicionales que sí salen a votar para mantener los privilegios propios. Esta es la causa de que en las elecciones gane siempre el abstencionismo. En efecto, se trata de acciones intencionales, acciones encaminadas a provocar en la gente la pérdida de la esperanza y que entonces eclosione en sus vidas la indiferencia y la apatía por las cuestiones públicas. Hace ya muchos años que la administración pública está secuestrada por las mismas familias, los mismos amigos, los mismos grupos de élite que patrocinan cada cruzada electoral, para en su momento cobrar caro y con intereses el apoyo otorgado, y estas grandes negociaciones dejan en indefensión total a los ciudadanos que en cada contienda se atacan entre ellos mismos, que son usados como peones en un tablero de ajedrez y son recompensados con un par de despensas y algunos cientos de pesos a cambio de años y años de malos gobiernos. El presidente Andrés Manuel López Obrador tenía razón, hay una gran mafia dispuesta a todo para retener el poder, un poder que debe usarse para mejorar la vida de los ciudadanos, no para enriquecer a unos cuantos y llenar de privilegios a otros. La desesperanza, entonces, es lo que nos han entregado al pasar de los años, pero cada elección es la oportunidad de reivindicar el camino, de proyectar a futuro lo que en realidad queremos para nuestra comunidad, de que la esperanza renazca en nosotros como la clara señal de que no todo tiene que ser como la gran mafia lo ha planeado, como los grandes grupos de amigos y familias ya lo han decidido. La gran mayoría tiene la oportunidad de intentar de nuevo enderezar el camino, pues el gran cáncer ha sido ya identificado, y son los mismos grupitos que ya se acostumbraron a rolarse y turnarse el poder como si fuera un instrumento personal, como si la administración pública tuviera un dueño privatizando salvajemente los espacios públicos.