POR: AGENTE 57
Arrancamos… “El compromiso ibérico” que tuvo lugar entre los siglos XV y XVI, cuando España busca y, finalmente, encuentra su rumbo decisivo: siéntome con un alma medieval, y se me antoja que es medieval el alma de mi patria; que ha atravesado esta, a la fuerza, por el Renacimiento, la Reforma y la Revolución, aprendiendo, sí, de ellas, pero sin dejarse tocar el alma. España, en efecto, había “atravesado” casi intocada por aquellas grandes mutaciones y también por las revoluciones científicas de la Edad Media. Esa resistencia no había ocurrido solo por motivos religiosos. En este sentido, el eje religioso norte-sur, protestantismo-catolicismo, no era único ni esencial. Después de todo, Italia y Francia, ambas católicas, habían prohijado grandes científicos y filósofos precursores de la modernidad. La persistencia del “alma medieval” en España obedecía a causas diversas: la debilidad relativa del feudalismo (frente a los que éste significo en Inglaterra, Francia o Italia), el auge de las antiguas ciudades españolas, la fortaleza creciente de la Corona de Castilla frente a la de Aragón, la empresa centralizadora de la Reconquista que llevó siglos y cuya culminación coincidió con la noticia del descubrimiento de América. Aunada al inminente desafío del luteranismo (1516), esta novedad, a la postre, resulto decisiva. El imperativo de integrar en un orden jurídico cristiano a las sociedades indígenas fue la causa determinante en la recuperación española del tomismo. Era una filosofía particularmente adecuada para ese propósito. Esta titánica tarea de civilización explicaría en buena medida la concentración del esfuerzo intelectual español en la especulación teológica, filosófica, jurídica y moral a partir del siglo XVI. Casi nadie atendía a las matemáticas o las ciencias naturales. Tampoco las universidades eran ámbitos de pensamiento independiente, sino instituciones aisladas del exterior y orientadas a producir servidores del Estado. Pero esa atmosfera de relativa pluralidad y apertura -característica del reinado de Carlos V- se resolvió en un consenso predominantemente “tomista” sobre “la naturaleza del gobierno: sus fuetes de legitimidad, el alcance debido de su poder, su responsabilidad de asegurar la justicia y la equidad, su misión 'civilizadora' frente a los pueblos no cristianos de su territorio y de ultramar”. En gran medida fue América -el descubrimiento, poblamiento y conversión de América- la que termino por volver “tomista” a la política imperial española. No fueron las ideas las que se impusieron a la realidad, fue la realidad la que impuso las ideas. El advenimiento de Felipe II (1556-1598) definió el rumbo definitivo, contra todos “los heréticos de nuestro tiempo”: humanistas, erasmistas, seguidores de Lutero, lectores de Maquiavelo. Durante su reinado la estructura del Imperio Español asumió el molde que prevalecería hasta 1810. Este molde “tomista” comprometería todas las esferas de la vida: política, religiosa, jurídica, económica, social, académica, intelectual. Morse era consciente de que santo Tomás escribió poco sobre política, pero no duda en usar la palabra tomismo con total certeza para describir la filosofía central de la era española. El tomismo para Morse no es ni continuidad ni respeto ciego por el pensamiento del medievo sino la única filosofía europea disponible en el siglo XVI que reconocía la humanidad del otro, y en particular del otro que no ha tenido acceso a la revelación cristiana. Según santo Tomás, cualquier comunidad organizada en un sistema político que respeta la dignidad humana implica que Dios ya está presente, y por ello no se le puede atacar ni excluir. Se le debe respetar y eventualmente incorporar. En otras palabras, el tomismo abrazaba la heterogeneidad de la experiencia humana con tal de que ésta no contradijese las verdades esenciales del cristianismo. El pilar intelectual del vasto programa de incorporación social inspirado en santo Tomás fue el célebre dominico Francisco de Vitoria, formado en la Universidad de Paris y primer catedrático de teología de Salamanca (1526). Sus relecciones contienen una crítica radical al derecho de conquista, prescripciones muy puntuales y restrictivas para una “guerra justa”, y un aporte histórico al llamado derecho de gentes, el futuro derecho internacional, que sólo se desarrolló en el siglo XX. Vitoria hacía eco de la Summa contra gentiles de santo Tomás, escrita el parecer para normar la conversión de los moros en España. Se trataba de aportar una visión coherente y jerárquica del universo para incorporar a todos los seres humanos -incluso los paganos- a un orden cristiano irracional. Vitoria fue una de las grandes conciencias morales de su tiempo. Al margen de los crímenes e injusticias de la dominación española, Morse sugiere que la visión incluyente de Vitoria arraigó en las sociedades americanas conquistadas, pobladas y evangelizadas por España, y es uno de los rasgos más contrastantes con la experiencia excluyente de los ingleses en América. Para España, la conquista fue un tema que torturo su consciencia moral.