POR: AGENTE 57
Arrancamos… Después de treinta años de la independencia (1821) por primera vez hay un relevo generacional en la clase política, que hasta entonces había estado marcada por el conflicto entre insurgentes e iturbidistas, pero donde siempre habían predominado los conservadores. Es lógico, el México independiente fue gobernado al principio por hombres que nacieron y crecieron en Nueva España, y esa era la estructura elemental que conocían. El relevo generacional y la llegada de los liberales y modernizadores se dio cuando el poder fue quedando en manos de personas que crecieron en el México libre, como Benito Juárez, nacido en 1806, Miguel Lerdo de Tejada e Ignacio Comonfort en 1812, Melchor Ocampo en 1814, Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias en 1823. Así como el proceso de Independencia no tuvo nada de liberal y más bien fue llevado a cabo por las elites conservadoras, el Partido Liberal Mexicano si fue inspirado por las revoluciones estadounidense y francesa. Los liberales mexicanos del siglo XIX buscaban reemplazar el antiguo régimen que aún estaba basado en ideas monárquicas y virreinales, el privilegio corporativo y la restricción colonial, con una república federal basada en instituciones representativas que permitieran el desarrollo de una sociedad civil. Para esta nueva generación política, los lineamientos principales de su liberalismo eran: cambios en la estructura socioeconómica para promover la igualdad y justicia social, igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, sin importar su origen étnico, laicismo, supresión de fueros, gobierno republicano y federal, sumarse a la Revolución Industrial, al liberalismo y capitalismo, promover la responsabilidad ciudadana y establecer libertades civiles. Es decir, esta generación de políticos liberales pugnaba por una total reforma del Estado, y la base de dicha reforma seria la Constitución que debía elaborar el Congreso convocado por Álvarez, así como una serie de leyes promovidas por Juárez, conocidas como las Leyes de Reforma. Ignacio Comonfort, autor intelectual de la revolución de Ayutla, asumió como presidente interino el 11 de diciembre de 1855; fue bajo su mandato que se redactó y promulgó la Constitución liberal, en febrero de 1857. Con ese marco constitucional se convocó a elecciones para el periodo que comenzaría el 1° de diciembre de ese año. Comonfort ganó la elección presidencial y Benito Juárez fue electo presidente de la Suprema Corte. Se convertían en los dos hombres más importantes del país. La Iglesia, la aristocracia y una buena parte de la clase política desconocieron la Constitución desde el principio; la Iglesia de hecho invito al pueblo a desobedecerla y declaro descomulgado a quien la aceptara. Fue así como la Iglesia y la aristocracia comenzaron a gestar una nueva guerra de mexicanos contra mexicanos. La nueva Constitución quizá era buena, quizá no, tal vez era radical, tal vez no lo era… el tema es que no fue derivada del dialogo y el consenso. Los liberales habían ganado la Revolución de Ayutla y, victoriosos como se sentían, jamás consideraron dialogar y negociar con los conservadores, que eran por lo menos la mitad de la clase política. Pero claro, nadie que toma el poder en una revolución lo hace para negociar: en las revoluciones se impone. MI VERDAD.- La imposición de un proyecto modernizador y liberal se enfrentó a muchos obstáculos; no solo la Iglesia, los conservadores o los aristócratas: quien más se opuso a la modernización, la industrialización, la igualdad, la supresión de fueros y todo el avance que representaba el proyecto liberal, fue el propio pueblo, que salió a las calles al grito de ¡Religión y fueros! El pueblo mexicano anclado a su pasado colonial. Así es esto de la repetición de patrones.