POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Era el año 1980 y nuestro país ocupaba el lugar número 12 en la escala mundial de salarios, es decir, solamente en 11 países los salarios reales eran superiores a los de los trabajadores mexicanos. Sin ser ricos, ni mucho menos, estos trabajadores y sus familias vivían de manera decorosa, tanto que sus ingresos de entonces se antojan increíbles si se comparan con los actuales. Diez años después, en 1990, nuestra caída salarial nos había empujado a ocupar el lugar número 30. Luego, en el año dos mil, cuando ya llevábamos 20 años de reformas neoliberales, que incluían la promesa de una vida mejor para todos, nos descubrimos ocupando el lugar 48. No nos quedamos ahí ya que en 2010 siguió disminuyendo el poder adquisitivo de los salarios mexicanos, de manera tal que, para ese año, ya ocupábamos el lugar 81. Pero tampoco nos estacionamos en ese lugar, de por sí ya muy lejano del que ocupábamos en 1980, pues este año, 2020, caímos un peldaño más en la escalera mundial de los salarios. A nivel Latinoamérica ocupamos el lugar 16, de un total de 18, lo cual quiere decir que tenemos los peores salarios de todo el subcontinente, con excepción de dos países.
De manera que no han sido los trabajadores los ganadores con los procesos de liberalización de las relaciones laborales. Se aumentó la productividad, se volvieron más competitivos los productos elaborados en México porque mejoró su calidad y disminuyó su costo, pero a cambio, también disminuyó dramáticamente el ingreso de los trabajadores y, por consiguiente, el nivel de vida de ellos y de sus familias. Por eso se explican fenómenos como el de la migración masiva a Estados Unidos, o la incorporación de cada vez más jóvenes a la s filas del narcotráfico. Tanto en el campo como en la ciudad, las oportunidades de supervivencia se disminuyeron tanto que la migración, con todos sus riesgos, se convirtió en una opción. Lo mismo puede decirse de las actividades delictivas que, con todo y que se reduce sustancialmente la esperanza de vida en ese mundo, para muchos jóvenes es eso o nada, o narcos o ninis.
Con las puras cifras arriba mencionadas, que presentó la secretaria de Trabajo y Previsión Social, María Luisa Alcalde en la “mañanera” del pasado miércoles 9, se puede inferir el por qué de muchos de los problemas sociales que hoy estamos enfrentando. Con esos mismos números, más los datos sobre el gasto social que ha hecho el actual gobierno, se puede entender por qué, a dos años de gobierno, prevalecen los altos grados de aceptación al presidente López Obrador, pese a las crecientes campañas de desinformación.
Sin embargo, la caída del salario en términos reales no era la única manera en que los trabajadores habían sido despojados de su derecho a una vida digna. A la precariedad del salario se sumó luego la precariedad en la estabilidad laboral y el escamoteo de las prestaciones laborales que, bajo la forma de reparto de utilidades, bienes salario, créditos al consumo y para adquisición de vivienda, entre otras, permitían al trabajador un cierto amortiguamiento de las durísimas condiciones de vida que empezaba a vivir a partir de la década de los años 80. Puestos a competir entre sí y con los extranjeros, los empresarios nacionales pronto descubrieron que podían ser competitivos siempre y cuando los trabajadores aportaran lo máximo y cobraran lo mínimo. Para eso inventaron el outsourcing o subcontratación, para abaratar costos eludiendo responsabilidades laborales y fiscales. Como dijo el líder empresarial Carlos Salazar, ¡no jodan!