POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Fueron muchos los años de saqueo del país. Se llevaron lo que pudieron respetando o retorciendo las leyes. Hubo mucho de lo que no pudieron apropiarse porque la legalidad se los impidió y, para ello cambiaron las leyes. Reformas estructurales, le llamaron. Así, lo mismo recursos naturales (agua, tierra, minerales, petróleo), que intangibles como las concesiones de televisión (canal 13), empresas públicas como Telmex, Altos Hornos de México, Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas, y hasta los ahorros de los trabajadores (vía Afores) cambiaron de dueño. Lo publico se volvió privado y lo social se convirtió en particular. Todo ello bajo el discurso de que era parte de nuestra entrada a la modernidad, una nueva era que exigía nuevas reglas en la sociabilidad, una nueva forma de relacionarnos que sustituía la relativa cooperación y solidaridad grupal de los mexicanos por una exacerbada competición individualista. La esperanza de un nuevo porvenir debíamos ponerla, nos decían, en el esfuerzo personal.
A cada quién según su esfuerzo, ignorando las flaquezas de cada cuál, cómo si todos estuviéramos en las mismas condiciones para participar en la descarnada competencia que se inaugura en los años ochenta para obtener un espacio digno en la escuela, en el trabajo, en la comunidad. Si ya para entonces era muy difícil obtener la tierra prometida por la Revolución a los campesinos solicitantes, a partir de los años 90 esa esperanza se esfuma, se cancela el compromiso constitucional de dotar de una parcela a los hijos de aquellos campesinos que hicieron una Revolución, precisamente para obtener un pedazo de tierra de cultivo.
La esperanza de mantener el acceso a un servicio médico eficiente para los trabajadores y sus familias se fue esfumando con el paulatino abandono a los servicios de salud social para, de esa manera, impulsar la inversión privada en infraestructura médica a la que sólo tendrán acceso quienes cuenten con mejores recursos económicos. El mismo proceso de asfixia se vivirá, a partir de esos mismos años, en las instituciones de educación pública de todos los niveles, y entonces la escuela particular surge como la alternativa para quienes cuenten con el dinero suficiente.
Así por el estilo han sido los procesos de transferencia de recursos públicos y sociales hacia el sector privado. Así se explica la generación de multimillonarios mexicanos junta a la multiplicación exponencial de la pobreza. Al lado de la acumulación de millones de dólares en pocas manos, se puede observar la miseria que afecta a cada vez más millones de mexicanos. Todo porque pusimos nuestra esperanza en la promesa neoliberal que consiste, dice Vicente Fox, en crear primero la riqueza y ya luego veremos cómo se distribuye. Lo que siguió para la mayoría de los mexicanos es la desesperanza.
Muy probablemente por eso ganó López Obrador la presidencia. Supo entender que lo que ya no había ni en los pobres ni en la clase media era la esperanza. Es justamente lo que ofreció, la esperanza de un México mejor, un país diferente que apostara a una distribución diferente de los pocos recursos con los que aún cuenta este país. Cambió el chip con el que había que procesar la realidad social, dejó de creer que había que beneficiar a los de arriba para que luego, por “escurrimiento”, llegara a los de abajo lo que los privilegiados no pudieran conservar.
El cambio de chip es un cambio en la forma de ejercer el poder, no solamente en el discurso. La gente se hartó de lindas palabras para describir muy feas realidades. Por eso la esperanza sigue donde la han cultivado mejor.