POR: AGENTE 57
Arrancamos… Si te enseñan las teorías y los valores sobre la honestidad, la honradez, la responsabilidad y la disciplina, y además eso es lo que vives en tu entorno, entonces aprendes que eso es correcto y congruente. Si aprendes valores en teoría, pero en tu vida cotidiana y social no ves la aplicación de esos valores, o ves que esa aplicación de valores no funciona, entonces aprendes que romper las reglas es bueno, o por lo menos lo normal. Es importante detenernos en el concepto de lo normal. Lo normal y lo bueno no tiene nada que ver, no son sinónimos. Lo normal es lo que se adecua a la norma, y la norma la va estableciendo la sociedad. Una sociedad violenta, agresiva y enferma convierte eso en la norma y por lo tanto en lo normal, pero no por eso es bueno. Normalizamos lo que aprendemos en la vida cotidiana, por eso en México hemos normalizado la violencia y el conflicto. Por eso es normal ser macho, ser cabrón, ser gandalla, porque eso hemos aprendido. Por eso somos cada vez más insensibles a la violencia: porque es lo normal. Pero no está bien. Decía Aristóteles que una sociedad virtuosa genera individuos virtuosos y una sociedad viciosa produce individuos viciosos. Es muy simple. Si la disciplina, la honradez y el trabajo dan buenos resultados, y toda la comunidad está comprometida con esos valores, eso aprendes, eso repites y eso se convierte en tu normalidad. Si la honestidad no es valorada, si el que rompe las leyes obtiene mejores resultados que quien la respeta, si la gandallez da mejores frutos que la colaboración, si la violencia y no el diálogo resuelven tus problemas… eso aprendes, eso repites, eso se convierte en tu normalidad. Todo lo que una comunidad hace, piensa y construye es cultura, y transmitimos esa cultura de generación en generación. Podemos transmitir una cultura de paz o una de violencia, una de colaboración o de competencia, una de honestidad o una de corrupción. Sí, puede resultar políticamente incorrecto decirlo, pero en efecto, la corrupción en México es un tema cultural. Hemos creado, desarrollado, transmitido y perpetuado una cultura de la corrupción, así como una cultura de violencia, de discriminación, de intolerancia. Eso tenemos en México el día de hoy y no es resultado de la generación espontánea, es lo nos hemos enseñado a lo largo de siglos. Cada “Mirrey” que hoy se comporta con arrogancia, indolencia y altanería, es resultado de lo que varias generaciones de sus ancestros se han ido enseñando y transmitiendo. Cada indígena que hoy le dice patrón o patroncito a cualquier blanco, es el triste resultado de lo mismo. Cada odio, cada rencor, cada idea, cada trauma y cada complejo, todo lo que hoy somos, es resultado de lo que nos hemos estado enseñando y transmitiendo de generación en generación durante siglos. Somos lo que hemos hecho de nosotros mismos, la historia que nos hemos contado, los mitos y traumas que hemos generado y regenerado, los patrones de conducta y condicionamientos psicológicos que hemos repetido inconscientemente. Somos nuestra propia creación colectiva. Si somos lo que somos como producto de lo que nos hemos enseñado y transmitido, resulta evidente que la única forma de transformarnos es comenzar a enseñar y transmitirnos cosas diferentes. Sólo cada individuo puede despertar, hacerse consciente, mirar más allá de sí mismo. Sólo el individuo despierto, por lo menos consciente de que está dormido, es capaz de transformarse. Sólo cada uno de nosotros puede comprometerse con su propia transformación individual, pero para eso tiene que estar consciente de lo que hoy somos y tenemos no va a llevarnos a ningún lado. La misma clase política de siempre, con los vicios y ambiciones de siempre, aunque se cambien de color y se maquillen la ideología, no tiene forma de generar una transformación, y dado que la clase política surge del pueblo, volvemos a la imperiosa necesidad de transformar a los individuos del pueblo. El problema, desde luego, reside en que la mejor forma de transformar a los individuos es desde la verdadera educación, y ése es un proyecto que normalmente tiene que venir de la clase política. Estamos metidos en el gran circulo vicioso que nos encierra en el eterno retorno de lo idéntico. MI VERDAD. - Somos lo que hemos hecho de nosotros, y no estamos nada diferente.