Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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MI VERDAD / 765


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Por:
Agente 57
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22-11-2020
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Edición:

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POR: AGENTE 57

Arrancamos… En la narrativa de las tres transformaciones, la Revolución termina con Lázaro Cárdenas del Río, cuando, con gran ingenio y habilidad política, logra encauzar los conflictos dentro del partido que él crea tras destruir el de Calles, y al que llama partido de la Revolución Mexicana. El pueblo es dividido en sectores y corporaciones, todas ellas incorporadas dentro del partido, si es que aspiran a tener voz en el nuevo país y su nuevo régimen. Tras veinte años de guerra vuelve el orden, que no la paz, la dictadura personal se convierte en dictadura institucional y la democracia, la república y federalismo siguen siendo un mero discurso, como todo el siglo anterior. Ahí termina la Revolución. Madero está rodeado de las circunstancias que permiten convertirlo en el apóstol de la democracia, y más allá de los hechos y de su lado oscuro, ése es su símbolo en el discurso de las transformaciones: el demócrata, el hombre de bien que se enfrenta a la tiranía y la derrota, porque los buenos siempre ganan y porque la democracia es símbolo de bondad en la política, aunque con ella como pretexto se pueden cometer las mismas tropelías que en cualquier otro sistema político.  El discurso de las transformaciones nos da un final de la Revolución con el cardenismo, y toma a ese otro héroe consumado para convertirlo en el último de los símbolos transformadores que preludian, casi profetizan, al nuevo gobierno, la nueva transformación. Todo en la historia son siempre claroscuros y una gran escala de grises. Cárdenas logró convertir la expropiación en el símbolo heroico fundamental de su gobierno, y así ha pasado a la narrativa nacional, tanto la creada por él mismo, como la nueva basada en el discurso de las transformaciones. Es así que la tercera transformación, la Revolución, comienza con un apóstol de la democracia y termina con uno del nacionalismo. Lázaro Cárdenas, su símbolo queda claro: la democracia se impone a la tiranía, el pueblo vuelve a tomar las riendas del país (aunque eso nunca pasó ni ha pasado), y eso nos lleva de nuevo a la defensa de la patria, convertida en un nacionalismo revolucionario, que fue la religión nacional impulsada por Cárdenas. Una vez más un discurso nacionalista que vuelve a culpar al extranjero de los males del país y que sigue regenerando ese miedo a todo lo que venga de fuera. Ahí están las llamadas tres transformaciones: Independencia, Reforma y Revolución. La primera nos representa libertad y la autodeterminación; la segunda nos simboliza el laicismo, la modernización, el republicanismo y la defensa; la tercera nos habla de democracia, justicia social y nacionalismo. Las tres implican al extranjero como culpable de nuestros males, y cerrarnos al mundo y mirarnos el ombligo como respuesta. El mundo, y México por añadidura, se enfrentaron a la época de oro de la globalización desde la década de los ochenta. La crisis de 2007-2008 y sus secuelas, más los conflictos actuales del mundo, están haciendo resurgir una era de nacionalismo que en algunos casos y lugares amenaza nuevamente con ser fascismo. Así pues, el discurso de las transformaciones, tan lleno de nacionalismo, parece estar acorde con el espíritu de los tiempos. Lo anterior es sólo un resumen esquemático del discurso, de la nueva mitología nacional. Es importante hacer hincapié, nuevamente, en que hablamos de símbolos mucho más que de realidades. A México le urge una transformación (dado que las anteriores al parecer no han transformado nada), y para ello, una narrativa basada en las transformaciones puede ser buena y funcional. MI VERDAD. - La vida es más importante que la verdad, decía Nietzsche, y eso aplica perfectamente a las mitologías nacionales. Su objetivo es ser funcionales para la realidad actual del país y la superación de sus problemas y necesidades.

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