POR: AGENTE 57
Arrancamos… Es importante hacer hincapié en una realidad humana: desde el origen de la civilización hasta nuestros días ha sido necesario que exista el orden, por eso las primeras mitologías giraban en torno a dar todo tipo de explicaciones, cósmicas y divinas, de la batalla del orden contra el caos y la importancia de la victoria del primero, representado siempre por los gobernantes y su sistema. Toda sociedad ha tenido siempre rituales que recuerdan la victoria sobre el caos. Otra realidad desde el origen de la civilizacion es que todo orden social ha sido siempre un orden ficticio, esto es, una construcción humana. Nada en la vida humana y social es natural, todo es una creación nuestra; eso quiere decir orden ficticio, que está basado en ideologías, conceptos, constructos, estructuras y teorías que son, todos ellos, resultado de la creación humana, aunque casi siempre se ha pretendido que son hechos naturales, y durante milenios se ha endilgado dicho orden a Dios o los dioses. Es decir, parte fundamental del orden ficticio es hacer creer a la comunidad que las estructuras del orden no son ficticias sino naturales. Que el faraón es un dios, que los reyes lo son por derecho divino, que Dios determina la posición social o que la sociedad elige a un presidente al través de un pacto social, para hacer valer la soberanía popular, es todo un constructo humano, un orden ficticio que es fundamental para que la sociedad exista y subsista. Eso no quiere decir que no deba seguirse dicho orden, ni que no haya evolucionado con el tiempo. Antes, la desigualdad y la injusticia se entendían como parte de la normalidad y hasta se justificaban; hoy se intenta terminar con ellas. Es decir que, aunque todo orden sea ficticio en su origen, la evolución social se nota en que dicho orden sea cada vez más incluyente, que más allá de diferencias económicas, que siempre existirán, el pacto social sea justo para todo. Los tres pensadores más significativos sobre este tipo de teorías son Thomas Hobbes y John Locke, inlgeses del siglo XVII, y Jean Jacques Rousseau, francés del XVIII. Con muchas diferencias en sus teorías, coinciden en la escencia: el principal bien que el individuo adquiere dentro de este pacto es la seguridad; renunciamos a nuestro derecho natural de hacer todo aquello que podamos por la fuerza, únicamente porque los demás renuncian a ese mismo derecho que es depositado en el Estado. Así garantizamos la existencia de la sociedad; renunciamos a la libertad individual y muchas otras cosas,pero obetenemos algo a cambio. Esa es la escencia de un pacto: dar y recibir. Hobbes parte de la base de que el ser humano es egoísta por naturalesa; además es temeroso, por lo que vive ambicionando todos los recursos, es un mundo donde los recursos son escasos; de este modo, sino existiera un poder soberano, los individuos vivirían en un estado de guerra perpetua. Por eso debe existir un Estado poderoso, que tenga el monopolio de la ley de la violencia y que reprima al individuo en aras del bien de la comunidad. Para Thomas Hobbes el pacto social se da únicamente entre los súbditos, es decir, entre los gobernados. Son los individuos de un pueblo los que aceptan renunciar al uso individual de la fuerza y deciden dejarse gobernar por el bien de todos. Pero para el filósofo inglés el pacto social no incluye al soberano, que es, en escencia, incuestionable. Con el tiempo este tipo de teorías evolucionarán hasta incluir al soberano dentro del pacto y convertirlo, de hecho, en el primero que debe cumplirlo. Eso, desde luego, es una de las principales fallas del pacto social en México. Mientras para Aristóteles, casi dos milenios atrás, el hombre es un animal político y sociable por naturaleza, Hobbes plantea a un hombre que vive en sociedad por necesidad pero que es violento y que, si se le dejara a sus instintos, quebrantaría esa sociedad. La naturaleza humana consta de dos elementos determinantes: la razón y las pasiones; el pueblo suele sucumbir siempre a las segundas, mientras que el poder soberano debe estar siempre guiado por la primera. MI VERDAD.- La triste realidad de la democracia moderna, es que ha perdido su esencia racional y está dominada por las pasiones.