POR: EDUARDO GRANADOS PALMA
Analista internacional en Seguridad
Pública, Inteligencia y Defensa.
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Y entonces sucedió. El presidente más poderoso del mundo que se negaba a usar cubrebocas fue contagiado. El resultado de la prueba del presidente fue confirmado públicamente luego de que pasó meses minimizando la gravedad del brote que ha matado a más de 207.000 personas en Estados Unidos y horas después de insistir que el fin de la pandemia está ya a la vista. Pero en cuanto llegó al 1600 de Pennsylvania Avenue tras un breve desplazamiento en el helicóptero presidencial Marine One, lo primero que hizo fue quitarse la mascarilla para volver a posar ante las cámaras. Sin la protección ha entrado en la residencia, donde se podía ver a personal de la Casa Blanca. El gesto es toda una señal desafiante y una declaración de intenciones del mensaje que quiere lanzar Trump, aún contagiado y en tratamiento y que, aunque eufórico declara sentirse "realmente bien, mejor que hace 20 años", según los propios médicos al frente de su cuidado, "todavía no del todo fuera de peligro". Y por si no estaba claro lo ha registrado en un vídeo que ha tuiteado poco después de regresar a la Casa Blanca, instando a los estadounidenses a que "no dejen que les domine", el virus; a que "no le tengan miedo", algo que también había escrito horas antes desde el hospital. Lo cierto es que Trump ya está en campaña. Y su desafiante regreso a la Casa Blanca da una sacudida, otra más, al terremoto político y mediático que provocó la noticia en todo el mundo cuando se informó que el presidente norteamericano había sido contagiado. Se mantienen múltiples interrogantes sobre el estado de salud del mandatario, que sigue en un tratamiento que incluye remdesivir y el esteroide dexametasona (uno de cuyos efectos secundarios puede ser la euforia) pero las últimas 48 horas han mostrado su disposición, y la de su campaña, de explotar electoralmente su contagio. Tiene experiencia como comandante en jefe, como hombre de negocios y ahora luchando contra el coronavirus como individuo, Joe Biden no tiene esas experiencias de primera mano. El propio Trump publicó en Twitter un vídeo con un mensaje enérgico en el que aseguraba que ha aprendido mucho de covid, la enfermedad sobre la que, como presidente, lleva recibiendo información desde enero. Joe Biden por su parte, dijo el lunes que, en caso de quedar electo como presidente, exigirá el uso de cubrebocas y el distanciamiento físico para combatir al coronavirus, y criticó al actual mandatario, por haberse quitado la mascarilla cuando regresó a la Casa Blanca pese a que podría contagiar a otros. Pero el debate sobre la conveniencia o no del uso del cubrebocas no es exclusivo de nuestro vecino del norte. Aquí en México nuestras propias autoridades federales han sido repetidamente renuentes a su uso. El subsecretario López-Gatell constantemente ha criticado que haya estados que hagan obligatorio el uso de cubrebocas, pues esto abre la puerta a abusos de las autoridades señalando que la integración de medidas para contener los contagios por Covid-19 del gobierno federal están enfocados en aspectos estructurales y no exclusivamente en los ciudadanos. Pero la misma Organización Mundial de la Salud ha establecido una serie de criterios para guiar a aquellas naciones que planean salir del confinamiento. El primer indicador requerido es que la transmisión del virus esté controlada. Además, el sistema sanitario deberá mostrar que tiene la capacidad para detectar, diagnosticar mediante pruebas, aislar, rastrear contactos y dar atención médica a los contagiados. Pero para nosotros, simples mortales, cada vez nos es más difícil saber a quién le hacemos caso. Mientras se siga politizando la pandemia iremos perdiendo cada vez más el temor y respeto a la misma.