POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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Lo que debiera ser un movimiento que nos uniera a todos, termina por dividirnos, lo que debiera ser la eclosión de un gran movimiento que obligara a las autoridades a pensar y ejecutar una política pública generacional de impacto cultural y educativo termina en una serie de invectivas en contra de unos y otros y polariza a la sociedad ya no en torno al verdadero mal que nos aflige, sino a la dimensión del respeto a los espacios públicos; el tema principal ya se ha perdido en ese momento. Los feminicidios son un tema que no ha salido de la agenda pública y mediática y ha servido para todo, hasta para politizar, menos para lo que debiera ser: la unión de todos los mexicanos exigiendo un alto a este flagelo pernicioso cerrando filas en torno a un gran proyecto de reconstrucción del tejido social. En lugar de eso algunas mujeres, en su comprensible desesperación, vandalizan espacios públicos y privados y lejos de sumar a su exigencia, terminan dividiendo a la opinión pública: mujeres que no se sienten representadas por ese radicalismo feminista, hombres que solo hacen mofa de un movimiento violento que a final de cuentas no termina con las asesinatos; un sistema mediático que con sus imágenes nos dejan ver como espacios públicos invaluables son ultrajados sin piedad alguna y de pronto los feminicidios quedan ya en segundo plano. De pronto el tema es saber si es correcto o no vandalizar espacios púbicos o vehículos particulares; es tratar de ridiculizar a mujeres que envían un mensaje a autoridades que parecen ciegas y sordas; y en el clamor social, algunas oportunistas aprovechan los espacios para golpear al actual gobierno dejando de lado por completo el verdadero tema de lucha común. Las redes se incendian de “indignados” que aseguran tener madre, hermanas, amigas y esposa, pero la indignación virtual solo busca proyectar una imagen de empatía que busca “likes” sin que esa indignación suponga absolutamente nada para cambiar la situación. El verdadero mal, ese que está matando a nuestra mexicanas, es una cultura machista basada en los “roles predeterminados”; esos que se INOCULAN a los infantes masculinos desde pequeños: “la mujer es la que debe lavar trastes”, “la mujer es la que debe atender a los hijos”, “la mujer es la que debe cocinar siempre”, la mujer, en términos sencillos; debe ser sumisa, débil y obediente porque el macho es el que manda, y esa educación se sigue viendo por doquier. “Cuiden a sus gallinas porque anda suelto mi gallo”, dicen los padres orgullosos de que sus pequeños vástagos salgan a la calle a mostrar su superioridad, y cuando una mujer intenta salir de ese contexto de rol predeterminado, la naturaleza de la violencia física masculina se hace presente y termina por acabar con la vida de una mujer. No puedo decir, en lo personal, que sea yo un ejemplo de hombre, porque no lo soy, pero durante mi infancia jamás vi a mi padre maltratar a mi madre, y esa educación directa me ha hecho un hombre que jamás ha golpeado a una mujer. Como director de una escuela pública, jamás he visto una política educativa que vaya más allá de las tradicionales conferencias de especialistas invitando a jovencitos ya INOCULADOS de machismo a respetar a las mujeres. Podrán venir leyes tan severas para el feminicidio y este va a continuar, podrán vandalizar cada espacio público de México y el mal seguirá incólume; porque simplemente, la educación en casa y la educación pública no están haciendo absolutamente nada por desterrar para siempre de la mente de los hombres los “roles predeterminados” que son, a final de cuentas, el origen del mal que hoy está matando a nuestras mexicanas.