POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… primavera de 2012. En plena campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, líderes sindicales, gobernadores priistas y otros actores de poder fueron convocados diversos encuentros privados con el hombre del momento, el carismático exgobernador del Estado de México, el irresistible heraldo del regreso de un “nuevo PRI”. El proposito: presentarles un diagnóstico de la contienda y pedirles compromisos de contribuciones de dinero efectivo. Según alardearon después, entre los mayores aportantes figuraron los gobernadores de Veracruz, Javier Duarte; de Chihuahua, César Duarte, y de Quintana Roo, Roberto Borge, sobre los que ya había, señalamientos de saqueo de fondos pùblicos. El expositor: Luis Videgaray, alter ego de Peña Nieto. En la primera de esas reuniones, este experto en finanzas, formado en el ITAM y con posgrado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts de Boston, Estados Unidos, presentó su estrategia. Todo va bien, les dijo, pero la contendiente panista, Josefina Vázquez Mota, “esta creciendo mucho”, por lo que pidió a los gobernadores alentar apoyos en medios locales y promover anuncios en carteleras espectaculares para “hacer subir” a López Obrador. La euforia llegó con el Pacto por México, anunciado en la toma misma de posesión del nuevo presidente de la República. En unos cuantos meses se impulsaron 13 ejes de reformas cruciales. Con sólo unos días de por medio, al Congreso llegaron las reformas energética, fiscal y educativa. Cada una romía con un estado de cosas. El plan del gobierno a corto plazo era imponer las reformas, lo repetían sus principales colaboradores: Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, Aurelio Nuño. La lectura contemporánea del gobierno de Peña Nieto puede concluir que tras décadas de anhelar que uno de los suyos llegara a Los Pinos, la clase política mexiquense (el simplistamente llamado Grupo Atlacomulco) lo logró por fin, sólo para fracasar rotundamente. Dominado por las cortesanías del poder, por el glamur de las oficinas y, a no dudarlo, por los negocios a trasmano, todo indica que ese grupo perdió de vista un país bajo transformaciones intensas, con una sociedad hipercrítica y profundamente desencantada no sólo de sus gobernadores sino del tipo de democracia que trajo la alternancia partidista en la década del año 2000, con Vicente Fox y Felipe Calderón. Una de las conclusiones a las que probablemente se llegará será que Fox y Calderón lograron una doble proeza: echaron al PRI de Los Pinos (lo que era un clamor generalizado tras más de 70 años de gobiernos de un solo partido), pero no tomaron el poder real y lo regresaron casi intacto. El contrapeso de los gobernadores priistas, el control del oficialismo sobre el Congreso la incapacidad de los gobiernos panistas ante los poderes fácticos desde los monopolios hasta el crimen organizado, pasando por los cacicazgos sindicales condujeron a un statu quo que permitió al PRI perder la Presidencia, pero conservar enormes cuotas de poder. Peña Nieto ¿qué le ocurrió a un gobierno que durante sus primeros 20 meses logró cautivar al mundo por su capacidad de emprender reformas “estructurales” y crear lo que fue bautizado por la prensa internacional como el “Mexican moment”? su administración se enpantanó en la crisis desatada por la tragedia de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, en Guerrero. El brutal episodio con el que los mexicanos confirmamos que crimen organizado y corrupción política se alimentan, mutuamente. Después, en noviembre de ese mismo 2014, vendría el escándalo de la “Casa Blanca”, ya nada fue igual. O, mejor dicho, todo fue de mal en peor. De acuerdo con las mediaciones que presentaban casas encuestadoras, el peor momento, la ruptura más profunda del gobierno de Peña Nieto con la sociedad, estuvo marcado por la crisis del llamado “gasolinazo” estaba por consolidarse la historia de lo que fue denominado el “PRIAN”, que había tenido sus primeras expresiones desde la administración de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Un pacto prufundo entre ambos partidos, en diversos órdenes, que incluyó una virtual cohabitación de figuras del PRI y del PAN durante los gobiernos de Vicente Fox (2000-2006), Felipe Calderón (2000-2012) y el tramo inicial del propio Peña Nieto (2012-2018). El esquema de acercamiento partió de la base de acuerdos previos con el presidente panista Vicente Fox, que emprendió, de la mano de las bancadas del PRI en el Congreso federal, reformas legales para transferir a los estados- bajo un superficial modelo de supervisión- partidas del presupuesto federal en montos nunca vistos bajo presidencias encabezadas por el RIi. Fuera cual fuese la motivación para ello, las administraciones estatales comenzaron a experimentar una bonanza inédita y mayor autonomía sobre el ejercicio de esos dineros, que rayaba en la discrecionalidad. Pronto los gobernadores empezaron a no echar de menos la presidencia de un presidente Priista en Los Pinos. Comenzaba a construirse el hoyo negro de las enormes deudas estatales y los escándalos por el saqueo de fondos públicos. El país presenciaba cómo el perfil de los gobernadores-súbditos del presidente viraba hacia la asunción de “virreyes” estatales. Gobernadores priistas dieron cuenta de que el equipo del mandatario mexiquense Peña Nieto los contactó en las semanas previos a la elección del 2006 con la misma indicación: “Busca a Felipe, vía Camilo. Ofrece apoyo. Y pide lo que necesites, que te será concedido”.
MI VERDAD.- Así fue y sigue siendo el maridaje impúdico PRI-PAN. NLDM