Torreon, Coah.
Edición:
07-Oct-2024
Año
21
Número:
921
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DOS AÑOS / 754


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Por:
Sin Censura
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05-09-2020
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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.

A tambor batiente ha cruzado AMLO el umbral del primer tercio de su mandato. Dos trepidantes años en los que ha pretendido una transformación del país a la altura de, nada más y nada menos, la Independencia, la Revolución y la Reforma. La Cuarta Transformación que, a decir del presidente, sentará las bases para terminar con lo que él llama el “periodo neoliberal” y, si es posible, revertir los efectos de empobrecimiento de la población y recuperar el dominio sobre los recursos naturales del país.

Si en algo se parece su propuesta de transformación a las anteriores es en lo difícil, porque se trata de desestructurar una nación que, desde 1982, se transformó en ese enorme mercado en el que todo ha estado a la venta y en el que, por lo tanto, los ganadores han sido quienes han tenido y/o tienen el dinero o las relaciones para adueñarse de lo que alguna vez fue propiedad de la nación. Agua, tierra, subsuelo, petróleo, minerales, empresas públicas, derechos sobre el espacio aéreo y, en fin, toda aquella riqueza colectiva que hacía que nuestra pobreza individual se sintiera soportada en ese patrimonio social al que podíamos acceder a través del Estado de bienestar. Una forma de organización estatal que procuraba a la clase trabajadora un ingreso modesto, sí, pero complementado con eso que los economistas llaman bienes-salario y que no son otra cosa que satisfactores baratos como la dieta básica, ropa y calzado y el acceso a educación y salud.

Ese Estado benefactor fue dinamitado por los gobiernos del periodo neoliberal y sus restos vendidos como material de desecho que, sin embargo, sirvió para la construcción de algunas de las enormes fortunas que hoy acumulan unos cuantos. Con todo, la rapiña sobre los bienes materiales, tangibles e intangibles de la nación no fue el mayor daño. Lo peor fue que nos enseñó a recelar de aquellos en quienes más confiábamos por que la confianza también se convirtió en mercancía. La amistad se transformó en oportunidad de negocios y el sentido comunitario se convirtió en el más absurdo individualismo.

Competir fue sinónimo de éxito y ejercicio de libertad, mientras que la acción de cooperar se mostraba como una debilidad característica de perdedores. Así fue fácil aceptar que los que más tenían era porque más se esforzaban, o más lo merecían. Así quedaban sentadas las bases (in)morales para naturalizar la desigualdad que se nos venía encima. La más insultante riqueza podría, a partir de entonces, convivir sin mayor pudor con la creciente pobreza pues, “cada quién tiene lo que se merece”, según reza el credo neoliberal.

Todo eso y mucho más se hizo entre 1982 y 2018. Son muchos años de depredación, de expoliación. Por eso, revertir los terribles efectos de ese “periodo neoliberal” exige, también, muchos años o un esfuerzo aún más intenso. Es ahora o nunca. Van dos años. Quedan, si acaso tres o cuatro años, dependiendo de cómo se maneje la sucesión. Y de cómo se articule el esfuerzo de aquellos que ahora ven desesperados como desaparecen muchos de sus privilegios.

La promesa presidencial es que a finales de este año quedarán sentadas las bases para que los cambios hasta ahora impulsados sean irreversibles. Nada está escrito, sin embargo. Con ese mismo triunfalismo hablaban los ideólogos del orden neoliberal hace pocos años. Recordemos, por ejemplo, a Jorge Castañeda cuando consideraba irreversible el orden neoliberal por el andamiaje institucional construido, lo que incluía leyes, instituciones y, sobre todo, acuerdos internacionales. Todo eso está siendo dinamitado por la 4T. Y apenas van dos años.

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