POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… El hombre mediocre que se aventura en la liza social tiene apetitos urgentes: el éxito. No sospecha que existe otra cosa, la gloria, ambicionada solamente por los caracteres superiores. Aquél es un triunfo efímero, al contado; ésta es definitiva, inmarcesible en los siglos. El uno se mendiga; la otra se conquista. Es despreciable todo cortesano de la mediocracia en que vive; triunfa humillándose, reptando, a hurtadillas, en la sombra, disfrazado, apuntalándose en la complicidad de innumerables similares. El hombre de mérito se adelanta a su tiempo, la pupila puesta en un ideal; se impone dominando, iluminando, fustigando, en plena luz, a cara descubierta, sin humillarse, ajeno a todos los embozamientos del servilismo y de la intriga. La popularidad tiene peligros. Cuando la multitud clava sus ojos por vez primera en un hombre y le aplaude, la lucha empieza: desgraciado quien se olvida a sí mismo para pensar solamente en los demás. Hay que poner más lejos la intención y la esperanza, resistiendo las tentaciones del aplauso inmediato; la gloria es más difícil, pero más digna. La vanidad empuja al hombre vulgar a perseguir un empleo expectable en la admiración del Estado, indignamente si es necesario; sabe que su sombra lo necesita. El hombre excelente se reconoce porque es capaz de renunciar a toda prebenda que tenga por precio una partícula de su dignidad. El genio se mueve en su órbita propia, sin esperar sanciones ficticias de orden político, académico o mundano; se revela por la perennidad de su irradiación, como si fuera su vida un perpetuo amanecer. El que flota en la atmósfera como una nube, puede abocadar por la adulación lo que otros deberían recibir por sus aptitudes; pero quien obtiene favores sin tener méritos, debe temblar: fracasará después, cien veces, en cada cambio de viento. Los nobles ingenuos sólo confían en sí mismos, luchan, salvan los obstáculos, se imponen. Sus caminos son propiamente suyos; mientras el mediocre se entrega al error colectivo que le arrastra, el superior va contra él con energías inagotables, hasta despejar su ruta. El éxito es benéfico si es merecido; exalta la personalidad, la estimula. Tiene otra virtud: destierra la envidia, ponzoña incurable en los espíritus mediocres. Triunfar a tiempo, merecidamente, es el más favorable rocío para cualquier germen de superioridad moral. El triunfo es un bálsamo de los sentimientos, una lima eficaz contra las asperezas del carácter. El éxito es el mejor lubrificante del corazón; el fracaso en su más urticante corrosivo. La popularidad o la fama suelen dar transitoriamente la ilusión de la gloria. Son sus formas espúreas y subalternas, extensas pero no profundas, esplendorosas pero fugaces. Son más que el simple éxito accesible al común de los mortales; pero son menos que la gloria, exclusivamente reservada a los hombres superiores.
MI VERDAD.-La genialidad es lenta pero estable. La sumisión es el acto de los mediocres. N.L.D.M.