POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… la democracia electoral en México se ha convertido en un juego de simulaciones, hipocresías y marrullerías. En el fondo, buena parte del problema radica en el escaso o nulo compromiso de los partidos políticos con una democracia- valga la expresión –de fair play, en donde la propuesta clara, el debate honesto y la persuasión de las ideas están por encima de la apuesta clientelar, las mentiras descaradas y las trampas que, digan lo que digan, la mayoría de los partidos privilegian a la hora de estar en campaña y acudir a una contienda electoral. Todo esto redunda en que la democracia en México adquiera una apariencia cada vez más ridícula y alejada de su esencia que es la búsqueda en común de soluciones a los problemas que golpean a la sociedad. Es normal que al final de este juego en donde lo que importa es ganar a como dé lugar, sin construir soluciones para los problemas que aquejan a la ciudadanía, quede una sensación de profunda desconfianza, la cual es sembrada por los perdedores, quienes creen que en todo el proceso o en alguna parte de éste se cometieron injusticias en su contra, ya sea por parte del partido o candidato ganador o por las instituciones que arbitran y sancionan los comicios. Pero desconfianza también propiciada por los ganadores, quienes burlan las embrolladas reglas del juego para obtener el triunfo, sabiendo que le será difícil al contrincante demostrar, legalmente, la verdad legal de un supuesto fraude. Lo importante para los partidos no es que se cometan irregularidades, sino que se cometan con el cuidado suficiente para evitar una impugnación. Pero este hecho no conviene a nadie, ni siquiera al victorioso, aunque haya obtenido lo que buscaba, ya que la legitimidad con la que arriba al poder es escasa casi siempre, producto, precisamente, de esa desconfianza. Se ha convertido ya en una norma de la política mexicana que luego de cada proceso electoral se convoque a reformar- y complicar aún más- las reglas del juego, bajo la justificación de que se deben mejorar los candados para evitar que la desconfianza crezca por las chapuzas que llevan a cabo los partidos. Se agregan causales de nulidad, se escriben nuevos artículos, se multiplican los supuestos controles, se aprueban reglamentos y un largo etcétera. Pero la conformidad con cada reforma dura hasta que pasa la siguiente elección, en la cual vuelven las trampas e inconformidades. Y así el ciclo continúa con una nueva reforma en la que se inventan reglas que, por mucho que lo digan, los partidos no están dispuestos a cumplir si eso significa no ganar la elección. El problema fundamental es la falta de voluntad de los partidos por respetar, no digamos ya las reglas que ellos mismos fijan, sino el más básico sentido de la decencia y el respeto hacia la ciudadano. Para la mayoría de los partidos, los ciudadanos son incapaces de organizarse para participar en la discusión de los asuntos de la vida pública. Para ellos, sólo votantes a los que hay que buscar cada vez que hay elecciones y prometerles cualquier cosa, sea o no posible. Mientras exista esta visión obtusa de la democracia en los partidos, difícilmente podrá haber cambios sustanciales en los comicios, y lo que veremos en adelante serán formas de engaño cada vez más sofisticadas en unos procesos donde la ética más elemental es la gran ausente.
MI VERDAD.- Desde ahorita se maquina como ganar en el próximo proceso electoral. N.L.D.M.