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Edición:
14-Oct-2024
Año
21
Número:
922
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Ciencia ¿sin adjetivos? / 746


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Por:
Sin Censura
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06-06-2020
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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO

Una de las muchas cosas que nos ha mostrado la pandemia del coronavirus es el portentoso avance de la ciencia. Es cierto que son muchos los que no suscriben tal afirmación, y eso se debe a que esperan que el conocimiento científico evite los problemas, sobre todo los de la magnitud de una epidemia tan mortal. Sin embargo, estamos hablando de ciencia, una actividad tan humana como muchas otras y, por tanto, sujeta a las posibilidades y limitaciones propias de seres falibles. Con todo, no deja de sorprender la enorme capacidad de predicción, una de las características y razones de ser de la actividad científica, lo que ha permitido pronosticar tasas de crecimiento en contagio y mortalidad, además de que su capacidad para rastrear la génesis de la enfermedad ha permitido conocer, incluso, desde que especie animal mutó a lo que ahora es.

Gracias al conocimiento científico, la humanidad ha podido erradicar (o casi) enfermedades tan perniciosas como la poliomelitis, la tosferina o el sarampión y se ha podido detener el A1H1 (influenza gripal) que nos atacó hace una década, o el VIH, mejor conocido como sida. Es mucho lo que le debemos al avance científico y, seguramente, es mucho más lo que esperamos de quienes se dedican a tan noble actividad. Esto permite hacer mención de otra de sus características, su humildad. El verdadero científico es el primero en reconocer que cada vez que hace algún descubrimiento, eso mismo le permite darse cuenta de que es mucho más lo que ignora.

El objetivo de la ciencia, su razón de ser es, en principio, el conocimiento por el conocimiento mismo, el descubrimiento de cómo funciona el mundo para incidir en él. El problema es que es una actividad que, cada vez más, exige recursos con los que difícilmente cuenta un individuo por lo que, a querer y no, se requiere el apoyo social. El respaldo de la colectividad que apoya en los conocimientos científicos sus posibilidades de desarrollo. Es un problema porque las sociedades, unas más otras menos, están fragmentadas y dicha fragmentación hace que algunos se aprovechen de los recursos generados por la sociedad, entre los que se encuentran los conocimientos científicos.

De modo que, en los hechos, no se busca el conocimiento por el conocimiento sino por la utilidad que genere a uno de esos fragmentos de la sociedad, usualmente los minoritarios que han convertido los productos científicos en mercancías que, como tales, solo pueden ser adquiridos por quienes tienen los recursos para ello. Así, esos grupos imponen a la sociedad en su conjunto la agenda científica, las prioridades a las que se deben destinar los recursos que generen conocimiento. De modo que, independientemente del discurso político, los individuos e instituciones que hacen ciencia lo hacen buscando resolver problemas que no necesariamente, y pocas veces, son problemas de la sociedad en su conjunto, o de sus sectores mayoritarios.

Por eso la pobreza y sus expresiones (hambre o desnutrición, enfermedad, delincuencia y un largo etcétera) aparecen como problemas eternos, como si fuera una situación connatural a la sociedad. Y cuando los problemas de salud alcanzan la magnitud de pandemia, podemos entonces hablar de la emergencia de un sujeto del que todos formamos parte, la humanidad.

A los que no quieren hablar de ciencia neoliberal habrá que recordarles que el Mahatma Gandhi estableció, allá por 1947, que cuatro de los siete pecados sociales son, precisamente, la “ciencia sin humanidad”, que suele ir acompañado de otros tres como son “la política sin principios”, “la riqueza sin trabajo” y “el comercio sin moralidad”.

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