POR: REDACCIÓN
Torreón, Coahuila.-
El lunes 11 de mayo, en el Diario Oficial de la Federación (DOF), se publicó el decreto firmado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, mediante el cual dispone que el Ejército Mexicano y la Marina asuman labores de seguridad pública hasta el 2024, año en que concluye su sexenio como presidente de la república.
De acuerdo con el documento, las tareas realizadas por las fuerzas armadas estarán reguladas, fiscalizadas y subordinadas a la Guardia Nacional, el gran proyecto de seguridad del actual mandatario pero que después de casi dos años no ha cuajado ni con el millonario presupuesto que le fue asignado de más de 70 mil millones de pesos, mientras la violencia generada por la delincuencia organizada crece hasta niveles nunca antes vistos.
Como líder de la oposición, durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, quien le declaró la guerra al narcotráfico con las consecuencias desastrosas que ya todos conocemos y tristemente recordamos, AMLO criticó duramente que el ejército fuera utilizado para realizar labores de seguridad pública, y aseguró que de ganar la presidencia regresaría a las fuerzas castrenses a los cuarteles. Sin embargo, la realidad es dura y aferrada, y le demostró al ahora presidente que los cuerpos de seguridad no están preparados para enfrentarse al monstruo del narcotráfico, mucho mejor armado y en ocasiones mejor entrenado que las fuerzas del orden, y no le quedó de otra más que recular y mantener al Ejército y la Marina en las calles, una decisión que no a pocos preocupa.
FRACASO HISTÓRICO
El fracaso de las corporaciones policiacas locales en temas de seguridad es histórico. En el caso de las corporaciones locales, los elementos están pesimamente mal pagados, deficientemente preparados (son policías después de un curso de solo seis meses), y en no pocas ocasiones la placa les brinda un manto de impunidad para convertirse en parte del problema y no en la solución, como ya en muchas ocasiones se ha evidenciado.
Por tanto, las policías municipales se corrompen fácilmente, sus sueldos bajos los hacen propensos a colaborar por un “extra”, que les ayude a sostener a sus familias. Además, su capacidad de fuego no se compara con la de los grupos de la delincuencia organizada, que no solo tienen mejores armas, sino que están mucho mejor preparados tácticamente. Si no colaboras, lo pagas con tu vida. Así las cosas.
Pero esa es solo la base de la pirámide, pues la corrupción llega hasta lo más alto de las corporaciones estatales y federales, ahí están casos icónicos en los que ex gobernadores (y por tanto sus corporaciones estatales), estaban coludidos con la delincuencia organizada. Lo mismo ha sucedido con las corporaciones federales, cuyos elementos y mandos brindan información a los carteles de la droga (el otrora poderosísimo Genaro García Luna se encuentra preso en EE UU por ese motivo). No se trata pues, de un fenómeno nuevo, incluso, el propio ex presidente Peña Nieto llegó a declarar que la corrupción era algo así como un rasgo de la cultura mexicana. Algo sabría.
EL EJÉRCITO A LAS CALLES
Fue Felipe Calderón, quien sin estrategia ni un diagnóstico certero, sacó al Ejército a las calles (incluso violando la Constitución, pues el ejército existe únicamente para defender la soberanía nacional de amenazas extranjeras), e incendio al país al atacar de frente a los carteles que le demostraron que estaban a la par en adiestramiento y poder de fuego. El resultado fue catastrófico y todos lo conocemos: miles de muertos, miles de desaparecidos, y el problema no estuvo ni cerca de resolverse.
Se fue Calderón y llegó Peña Nieto, quien mantuvo la estrategia de tener a las tropas en la calle. Tampoco fue la panacea. Al contrario, los señalamientos de abusos, violaciones y desapariciones forzadas en contra de los elementos castrenses se multiplicaron. El ejército está preparado para la guerra, no para respetar los derechos humanos.
Una vez en el poder, el presidente López Obrador creó la Guardia Nacional, su gran proyecto en cuanto a seguridad pública. Menos de dos años después, tuvo que recular: la Guardia Nacional no cuaja, habrá que ver si en los años que le quedan logra consolidar el proyecto, aunque no parece fácil ni sencillo, aunque sería lo ideal. Mientras tanto, los elementos del Ejército mexicano y la Marina ya recibieron una orden directa de su comandante supremo: desarrollar acciones de seguridad pública hasta el 27 de marzo de 2024, siete meses antes de que concluya su sexenio, cuando se espera que la guardia nacional haya desarrollado “estructura, capacidades e implantación territorial”.
Esta es la tercera vez que el presidente ha tenido que recular en su estrategia de seguridad. Primero, decidió implementar su estrategia de “abrazos y no balazos”, y se dedicó a no atacar a los carteles, que seguían acumulando muertos a lo largo y ancho del país. Segundo, cuando creyó que la Guardia Nacional sería suficiente y estaría lista en cuestión de días para garantizar la paz social. Y tercero, ahora que después de criticar en no pocas ocasiones a sus antecesores, ha debido implementar la misma estrategia. Esa testaruda llamada realidad.