POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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Para comenzar, NO SE PUEDE COMPARAR el “día sin mujeres” programado para el 9 de marzo con el “viernes largo en Islandia” en 1975; ni en los objetivos, ni en la esencia, ni en la misma idiosincrasia de la sociedad, ni mucho menos en el sistema político existente entre ambos países. Así que, para empezar, desechemos esa absurda comparación. Enseguida, analicemos el objetivo del movimiento programado para el próximo lunes: se trata, en esencia, de que los hombres entendamos la valía de las mujeres en los trabajos, en los hogares, en términos generales, en la sociedad en general al estar un día completo sin ellas. Para que nos demos cuenta de que las estamos dejando en el olvido, así lo dicen quienes organizan el movimiento. Es cierto que las cifras de feminicidios en México son alarmantes, es cierto que las mujeres se enfrentan a retos culturales que están ligados precisamente a vencer obstáculos dentro de una sociedad tradicionalista y conservadora y en el cual las mismas mujeres perciben las afrentas en contra de su propio género como algo normal. Aunado a este obstáculo de índole cultural se le unen las explicaciones naturales de la diferencia sexual aportadas por ciencias como la antropología, la biología y la medicina que hicieron hincapié en la desigualdad sexual universal con base a la superioridad natural u orgánica del hombre frente a la mujer, desigualdad o diferencia natural irreductible que acabaría por justificar la existencia de una jerarquización social de inferior a superior en la cual la mujer llevaría la peor parte, así como a la relegación de la mujer como mero sujeto biológico destinado exclusivamente a la reproducción y a la maternidad. No se trata de un simple “miren mi ausencia y entiendan la importancia de mi persona y todo lo que ello significa”; por supuesto que no; la violencia y los agravios -no necesariamente físicos- contra las mujeres van a continuar con o sin el paro; porque los hombres que agreden mujeres desde cualquier ámbito y bajo cualquier forma de agravio lo seguirán haciendo, puesto que se trata de un problema cultural con bases educativas. El paro es visto por muchas mujeres y de paso hombres como la excusa perfecta para vacacionar en un puente coyuntural sin que realmente se trabaje y aporte para la solución del problema. Dicen quienes apoyan el paro que se trata de un simbolismo; y es verdad que los símbolos generan impacto; pero este impacto difícilmente va a hacer que un golpeador de mujeres deje de hacerlo, que quienes violan dejen de hacerlo; que quienes acosan dejen de hacerlo; que los policías dejen de insultar con “piropos” a las damas en las calles; es decir, tenemos que ir a los cimientos axiológicos de la sociedad. Hablamos de una jerarquización social; Islandia es el país más igualitario para hombres y mujeres no por sus leyes, sino por su historia, por su eugenesia; y nosotros carecemos de esa historia; por ello, la educación en casa y en las escuelas es vital para comenzar a cambiar actitudes, para modificar esa percepción natural y orgánica de inferioridad. Es simple: educar a los varones desde pequeños para que jamás agredan a una mujer, que entiendan que somos iguales; y en las escuelas reforzar esas prácticas para que la doble educación termine por moldear una nueva sociedad con visión de igualdad; con hombres que aprendan a no violentar nunca a una mujer ni a menospreciarla, a verlas como iguales en cuanto a derechos y oportunidades; y al mismo tiempo mujeres que no cedan su apellido materno por el de su esposo y con ello volverse propiedad del hombre; que entre ellas mismas no se agredan ni sobajen porque una subió de puesto y seguramente fue por favores sexuales; que trabajen en unión por su derechos; que en conjunto, no se tenga que recurrir a un puente vacacional para decir que se quieren cambiar las cosas y al final no se cambia nada.