POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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El caso de Fátima duele, indigna, genera repudio hacia una sociedad que parece estar perdiendo su humanidad misma, y por otro lado repudio hacia un gobierno que no está dando solución a los principales problemas de nuestro país. Es cierto que se trata de un suceso calamitoso que resultó ser la gota que derramó el vaso; pero es evidente que el movimiento se ha politizado de tal manera que más allá de buscar redefinir las bases sociales, muchos piensan que se trata solamente de destituir al presidente, como si eso bastara para que el país renaciera al siguiente día y la fraternidad nos caracterizara de manera general a todas y a todos. Es absurdo atribuir al presidente la culpa de lo sucedido con la pequeña; pues resulta imposible que exista un policía para cada niño, mujer o anciano del país; de pronto olvidamos que cada persona crece en contextos particulares, algunos graves, otros lamentables y que definen a adultos que serán buenas o malas personas; esto no se trata de un gobierno, se trata de educación, de amor en casa, de condiciones económicas aceptables; de conductas personales estables; es como si afirmáramos que el presidente es culpable de que existan personas que disfruten la pornografía infantil. Desde luego que no. La mujer que se llevó a Fátima afirma que la escogió y secuestró para salvar a sus hijos de la amenaza de su pareja que le exigía una novia joven so pena de atentar contra sus hijos y que aprovechó la poca atención que recibía la niña de sus padres para cometer el rapto. Ni la jefa de gobierno, ni el presidente saben lo que ocurre en las mentes de cada ciudadano, nadie sabemos el desequilibrio mental que pudiera tener una persona para atreverse a atentar contra la integridad física de un niño. Desde luego que tampoco vamos a intentar librar de responsabilidad al presidente; pues a pesar de que no puede saber cuando una persona atentará contra otra, sí puede hacer esfuerzos por castigos ejemplares para estos ciudadanos que lastiman por gusto o placer; puede establecer controles más rigurosos en las escuelas públicas y castigar severamente negligencias de autoridades educativas; puede también cuidar su discurso y no parecer que minimiza lo sucedido; puede también dejar de culpar de todo al neoliberalismo y entender que ser presidente implica grandes retos, como el de la prevención de delitos y la sanción ejemplar de los mismos; claro que sabemos que los delincuentes también son personas, pero por respeto hacia las víctimas puede optar por no mencionar eso porque parece estar del lado de los delincuentes. La pequeña Fátima fue víctima de personas enfermas, sin escrúpulos, sin humanidad, sus padres, al parecer, no le ponían la debida atención; pero también las autoridades escolares fueron negligentes al descuidarla a la hora de salida; también las autoridades policiacas y su perniciosa burocracia fueron negligentes al no actuar de inmediato -aquí es donde el gobierno debe de actuar haciendo los cambios necesarios y urgentes- finalmente, el presidente cometió el error discursivo de culpar al neoliberalismo cuando sabemos que existen tres claros responsables: familia disfuncional, autoridades educativas negligentes y autoridades policiales ineficientes. Fátima, no debe ser la causa de politización de un movimiento; sino que debe ser la causa de una profunda reforma tanto en la prevención de delitos como en la procuración de justicia y un llamado para rescatar tantos valores que se han extinguido como especies a las que simplemente decidimos olvidar.