POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
En la colaboración anterior comentaba acerca de los aspectos que sirven para diferenciarnos en sociedad. Mencionaba que el código postal, es decir, el barrio o sector en que se habita, juega un papel importante en tal sentido. Según el lugar de residencia se dispone, o no, de acceso a los servicios que la sociedad genera para satisfacer las necesidades sociales. Lo mismo si se trata de los que ofrece el mercado o los que ofrece o debiera ofrecer el Estado, los servicios llamados básicos están determinados no solo por la disponibilidad de recursos sino por la lógica de los esquemas de distribución. En el caso de los servicios que ofrece el sector privado la lógica es la rentabilidad, es decir, la posibilidad de recuperar con ganancia la inversión realizada, mientras que en el caso del Estado la lógica no es muy diferente pues se trata de invertir ahí donde el costo económico sea menor y el beneficio social sea mayor.
La pobreza sigue la misma lógica, territorialmente se instala precisamente donde es más barato, aunque ahí la vida sea más precaria. No es una cuestión de voluntad, se trata de posibilidades. No es una cuestión de libre elección porque, como dice el premio Nobel de economía Amartya Sen, la pobreza es una de las más importantes fuentes de ausencia de libertad, aunque no la única. Otros factores que pueden favorecer o inhibir el ejercicio de la libertad son los planes y programas de desarrollo y, por supuesto, las posibilidades reales de participación política más allá de la emisión del voto.
Cuando no se tiene la libertad de elegir el lugar para residir, se vive donde se puede. Bien sea en las orillas de la ciudad o bajo ella, como lo muestra la película “Parásitos” del coreano Bong Joon-ho recientemente galardonada con varios premios Oscar. De acuerdo con el biólogo Andrés Cota, el término parásito “irrumpe la paz mental de manera estrepitosa: despierta ansiedad e incómoda, puede ser incluso que provoque cierta aversión”. Algo similar se puede decir de aquellos a quienes algún sector social considera como parasitarios, que viven del trabajo de los demás o que, como en la película, viven en la casa ajena usando y disfrutando de los bienes que forman parte de la morada. Generan aversión e incomodidad en aquella clase social que se asume como generadora de la riqueza. La desigualdad es la característica de esa sociedad. Quizá por eso las discusiones que genera en nuestro país.
Lo que el cineasta coreano muestra es un retrato de la desigualdad coreana, algo que algunos ven como un espejo en el que se refleja la desigualdad mexicana. Sin embargo, como dice Alfonso Forssell en la revista Nexos, hay sus diferencias. Sobre todo, porque tenemos historias diferentes, lo que en nuestro caso nos remite a nuestro pasado colonial, al proceso de conquista que significó un violento mestizaje que no acabamos de procesar y que, por tanto, aún sirve para hacer evidentes las diferencias entre las clases sociales. Si en “Parásitos” el aroma corporal sirve para “descubrir” las diferencias de clase, en nuestro país se perciben esas diferencias a partir del color de piel, de los rasgos físicos que permiten hacer presente el pasado colonial, el mestizaje no aceptado que nos permite arrojar o recibir, según sea el caso, el epíteto de “naco” para recordar su origen (y su lugar en la sociedad) a quien lo haya olvidado.
Por lo tanto, con Forssell podemos afirmar qué si en la película surcoreana la pobreza despide una fragancia, en nuestro país se revela de manera epidérmica.