Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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MI VERDAD / 729


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Por:
Agente 57
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25-01-2020
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POR: AGENTE 57

ARRANCAMOS… SOLUCIÓN REPUBLICANA la idea de República y el concepto de ciudadanía son temas visceralmente conectados con la historia del México moderno, Dominación extraña, agonía política, colonialismo esclavizante: el México pre independista no conoció otro horizonte que el de la renunciación, ni más alternativa que la revolución. Como todo movimiento popular, violento-a veces contradictorio- la Independencia dio un rostro nuevo a la Nación. Hubo cambios en el régimen político y en el sistema económico pero, también, se operó una importante transformación en las conciencias: la revolución de 1810 fue la antecámara de la República. Los mexicanos hemos encontrado siempre respuestas adecuadas, alternativas decorosas y recursos presididos por la dignidad en los críticos momentos de sus múltiples encrucijadas ideológicas. En la estallante realidad de la opresión, han creado no sólo nuevas ideas, sino un complejo sistema de claves nacionales que ha diseñado una actitud esencialmente imaginativa y audaz,- cuando la audacia no ha sido más que otra manera de decir: necesidad. Una nación no joven sino recién nacida  tuvo que decidir su destino. Y tuvo que decidirlo bien: a la Colonia opuso la realidad concreta de la Independencia; a la anarquía, la necesidad de una Constitución; al Imperio, la noble solución de la República, a la rapiña, el detonante de la violencia revolucionaria, y a la corrupción, la 4t. Cuando el país, amagado y solitario, daba, no sin asombro, los primeros pasos en el ejercicio de su autonomía, la República más que una alternativa fue la salvación de México. La majestad estatal, su divorcio de otras potestades, la vuelta al orden y a la Constitución, la libertad individual y la inobjetable autoridad del gobierno: México vio entonces con claridad el rumbo de su destino: nos salvamos por la República. Y si en el siglo XIX la República fue la salvación de México, hoy, la salvación de la República no es otra que una toma de conciencia: es necesario iniciar un veraz replanteamiento de los objetivos de la República, declarar hasta dónde y por qué algunos de ellos no han sido ejecutados y, con audacia pero no sin reflexión, inventar nuevas fórmulas e intentar otros estilos. El voto a las nuevas generaciones equivaldría a ampliar las posibilidades del régimen republicano y a enriquecer sus reservas; sería el comienzo de un rejuvenecimiento de la vida pública de México. Una juventud conocedora de los problemas del país, indicadora de la temperatura nacional y dueña de un renovado concepto del ideal republicano, expresaría institucionalmente sus requerimientos y, al hacerlo, daría sus votos para que muchas cosas cambien. Los jóvenes quieren operar transformaciones y someter a una crítica constructiva las fórmulas heredadas para sólo conservar aquellas que toleren los rigores del análisis. Democratizar al país y buscar soluciones revolucionarias a los problemas que arrastramos como una consecuencia de nuestro desigual desarrollo; repartir justamente la riqueza para mitigar la abismal diferencia entre las clases sociales; pagar las deudas que tiene la república con la Independencia, la Reforma y la Revolución; modificar el régimen fiscal para que todos tributen lo que deben; expulsar de la vida pública a aquellos funcionarios que, distantes del calor popular y ajenos a la honorabilidad republicana, han desprestigiado al Estado de México. Esto y muchas cosas más es lo que los jóvenes quieren. Sus votos representarían sin duda la necesidad de un cambio. Pero los jóvenes, consustancialmente proclives a las transformaciones, también quieren que muchas cosas no cambien: el sentido dialéctico permanente de la Revolución Mexicana; la actitud abierta al diálogo y la confrontación de ideas; la protección al capital mexicano en este momento histórico; la captación de las inversiones extranjeras; la independencia política de México; la autoridad del Estado la sabia actitud internacional del gobierno; la solidaridad continental; el acrecentamiento del patrimonio nacional; la fidelidad de las fuerzas armadas a las instituciones republicanas; la posibilidad de ir cambiando nuestra realidad sin abandonar el trabajo ni trasvasar los amplios límites constitucionales. Todo esto- y muchas cosas más- es lo que los jóvenes querrían que no cambiara en México. Conceder la participación de la juventud es otra manera de afianzar los mejores logros del México moderno. En un sistema constitucional como el nuestro, la única vinculación más efectiva real, entre el pueblo y el gobierno se efectúa en el momento de votar. Y en este momento todos estamos arriesgando algo. El voto no es sólo una ratificación de preferencia o confianza, sino una apuesta implícita y, a veces, un desafío poco previsible. Los electores conjeturan que un candidato reúne las condiciones mínimas para ejecutar con puntualidad y honestidad un programa mínimo también. Después de que la boleta ha sido cruzada todo queda en suspenso y nada – ni siquiera la posibilidad de un voto de desconfianza- puede reparar una equivocación o un vaticinio frustrado. Podría decirse que, sin embargo de esto, como última garantía están los programas, los ´principios ideológicos que revisten cada candidatura y que constituye las promesas mínimas o las últimas vallas que un candidato se atrevería a saltar: pero, finalmente, ¿cómo reclamar si las salta?, y, más aún, ¿cómo saberlo?

MI VERDAD.- La ciudadanía es la encargada de señalar la ruta de la purificación democrática del país. NLDM

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