POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Cada que puede el presidente López Obrador aprovecha para recetar a sus adversarios que tomen té de pasiflorina para que se serenen, se tranquilicen. Convencido de que el “pueblo bueno” lo quiere, no concibe que alguien lo pueda criticar, excepto sus adversarios, los conservadores, y siempre de mala fe. Desde su perspectiva maniquea solo hay liberales y conservadores y desde esa misma perspectiva los primeros son aquellos que simpatizan con su proyecto, mientras que los segundos son todos los que tienen una diferente manera de ver las cosas.
A eso reduce la democracia, a la pugna entre los que impulsan los cambios y los que se oponen. Limitada visión que le impide ver la complejidad de un proceso que involucra muchas más variables, aspectos que trascienden, con mucho, su simplista forma de entender la realidad. ¿Es que el poder obnubila el pensamiento? Cuando se está convencido de que se posee la verdad no se considera necesario escuchar a los demás. ¿De qué sirve que los otros muestren evidencia del error si siempre hay la posibilidad de contar con “otros datos”? Datos que la investidura presidencial permite eludir la obligación de mostrarlos.
Mientras tanto, como se afirmado antes en este espacio, la derecha no duerme. Está permanentemente alerta, a la espera del menor descuido que le permita detener la locomotora de la CuartaT y, si es posible, meterle reversa. Dice López Obrador que dentro de un año ya no habrá manera de revertir los cambios que impulsa. Sin embargo, basta echar un vistazo a Brasil, Argentina, Ecuador para observar cómo se deshacen las grandes transformaciones impulsadas por Lula, Kirchner o Correa en esos países para entender que dichos personajes tuvieron la presidencia más nunca el poder. El ejemplo más descarnado es el de Evo Morales quien fue echado groseramente a pesar de las transformaciones institucionales edificadas durante catorce años.
El golpe de Estado es una amenaza latente, persistente. No hay país latinoamericano vacunado contra ese mal, ni siquiera México. El huevo de la serpiente está en un proceso de incubación, en apariencia tan lento que no se percibe como amenaza. Pero ahí está. Ya no aparece Claudio X. González en las primeras planas de los periódicos, pero ahí está, promoviendo amparos contra las obras más emblemáticas del gobierno de AMLO. Los medios de comunicación, que no se resignan a la pérdida de la enorme tajada que obtenían del presupuesto por la vía de la publicidad oficial ahí siguen, un día sí y otro también, en la labor de desprestigio del régimen obradorista.
Y el discurso más pobre, pero no por ello menos persistente, está en labios del panismo más desarticulado y moralmente más quebrantado. El caso más emblemático, tanto por su analfabetismo político y carencias éticas, como por su visceralidad es el de Fox que, también, ahí está permanentemente vociferando epítetos e insultos, alardeando su extrema ignorancia y su absoluta subordinación ante los intereses empresariales más retrógrados, sin más argumentos que su frivolidad y su arrogancia.
Se antoja imposible que alguien, aunque sea de derecha, pueda confiar en tipos como los mencionados para articular un proyecto de nación que nos regrese a los oscuros tiempos de un neoliberalismo que muestra su fracaso en cada vez más países. Sin embargo, cada vez son más los que se nuclean en contra del proyecto de AMLO. No llenan las plazas con sus mítines ni las calles con sus marchas, pero ahí están, buscando envenenar al “pueblo bueno” con su labia y sus acciones. Para todos ellos no habrá pasiflorina que los tranquilice. No están enojados, quieren otro país.