Torreon, Coah.
Edición:
18-Nov-2024
Año
21
Número:
927
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MI VERDAD / 722


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Por:
Agente 57
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09-11-2019
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POR: AGENTE 57

ARRANCAMOS… La “cargada” a juicio de quienes conocen la política mexicana desde sus entrañas, las campañas preelectorales de cada año está exhibiendo la presteza con la cual parte de la sociedad se deja seducir por liderazgos mesiánicos. No es la única mala noticia: el proceso ha sido notable por recuperar un terminajo ligado al modo de ser nacional durante gran parte de la historia independiente del país: la “Cargada”. El politólogo estadounidense Roderic Ai Camp ubica los orígenes de esta práctica política en la segunda mitad del siglo XIX. Entre 1821 y 1867, año en que los liberales, encabezados por Benito Juárez, se instalaron firmemente en la Presidencia tras derrotar a los conservadores y a Maximiliano de Habsburgo, el país había experimentado más de medio contenar de cuartelazos, golpes de Estado y motines de los cuales derrivaron otros tantos gobiernos débiles, que los burócratas desempleados no tardaban en derrocar para apoderarse de los empleos de los vencidos. Una vez nulificada la influencia de los conservadores, Juárez vio la oportunidad de afianzar su liderazgo distribuyendo entre los liberales – los conservadores habían sido eliminados del reparto – las “chambas” y prebendas disponibles, con lo cual se convertió automáticamente en un benefactor cuyas directrices debían acatarse con pena de quedar fuera  del presupuesto, y aunque no faltaron los díscolos que emprendieron revueltas de poca monta,, hacia 1872, cuando falleció Juárez, en los periodiquillos de la época ya se decía que el único y el bienestar personal era “irse a la “Cargada” (ubicar y adherirse al rumbo donde llevara el bamboleo de la nave política capitaneada por el gobernante). Apenas alcanzó la Presidencia, Porfirio Díaz advirtió cuán conveniente era reforzar aquel sistema y para ello se propuso garantizar una tajada del presupuesto no sólo a los liberales, sino también a los conservadores, quienes el día menos pensando podrían recobrar vigor político y alterar la paz con “revoluciones”. En el primer decenio de los 3 que gobernó el país Díaz se vio en apuros para financiar las abultadas nóminas de su administración, pero en cuanto se reactivó la economía, pero en cuanto se reactivó la economía el cobro de impuestos aumentó y la casi totalidad de la clase burocrática se incorporó a la “Cargada”, cuyos oradores se declaraban disúestos a seguir a don Porfirio hasta la abyección. Esto evitó las revueltas al estilo antiguo, pero tuvo como desventaja la de convertir a México  en un país de “agachones” inclinados a soportar cualquier indignidad con tal de obtener una tajada presupuestal. También dio origen a frases tan cínicas como “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”; “No pido que me den, sino que me pongan donde hay, de lo demás me encargo yo”, o “Quien se mueve no sale en la foto”. El nulo valor de la clase política mexicana, pero sobre todo su carácter acomodaticio, quedaron en evidencia cuando se dejó derrotar por el puñado de abogadillos y vaqueros aglutinados en torno a Francisco I. Madero, a quien luego respaldaron no con la idea de transformar radicalmente al país y eliminar las injusticias, autoritarismo y pobreza, sino con el deseo de administrar al erario para quedarse con cuanto pudieran. Al quedarse al frente del Ejecutivo federal, Madero se empeñó en adecentar los usos y costumbres del sistema político, comenzando por aplicar la ley, castigar la corrupción y fomentar la democracia, con lo que únicamente ganó el repudio de los supuestos aliados, lo cual, sumado al odio de los afectados por el derrumbe del Porfiriato, condujo en 1913 al derrocamiento y asesinato del prócer. La rebatiña revolucionaria desatada con el acontecimiento implicó la desbandada de la “Cargada”. En 1929 Plutarco Elías Calles la reconstruyó en un partido oficial (el Nacional Revolucionario, “abuelo” del PRI), al cual se incorporó la burocracia tradicional junto con nuevos elementos, como líderes obreros, campesinos y populares, quienes a cambio de su tajada – comisiones, contratos e impunidad- se hacían cargo de mantener en paz a las masas y hacerlas votar por los candidatos oficiales. La estrategia de la “Neocargada”, es decir, incorporar a cualquier representante del viejo régimen que se diga capaz de conseguir votos, sin importar su trayectoria, ni las mañas empleadas para cumplir la tarea, representará un costo todavía incalculable, para la reputación de López Obrador, quien da elementos a sus críticos para revivir los vínculos del candidato con el priismo más retrógrado.

MI VERDAD.- Nació viciada y se quedó para siempre.NLDM

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