POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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Es fácil saber cuando el gobierno tiene una estrategia para combatir un problema, pues no para de hacerlo público de manera mediática. Hay una clara estrategia nacional contra las adicciones, por ejemplo, que no para de bombardearnos mediáticamente a través de radio y televisión, desde luego que es muy pronto para juzgar su efectividad, pero ahí está, clara, en cierto modo definida, apelando a la intervención familiar ante posibles cambios de conducta de individuos que denoten alguna adicción a las drogas. Por lo menos sabemos que hay un esfuerzo. No sucede lo mismo cuando se trata de la violencia que produce el crimen organizado, pues el gobierno federal dio muestra en Culiacán que carece de una hoja de ruta precisa ante un flagelo tan inmenso y pernicioso como lo son los grupos del crimen organizado. El llamado Estado fallido; aquél que ha sido superado por el enemigo, aquél que se denomina así porque es incapaz no solo de contener la violencia, sino de garantizar la paz, la tranquilidad y la integridad de los ciudadanos ajenos estos grupos delictivos; sigue estando presente, tan ineficiente y tan superado que parece no encontrar solución al problema de la violencia. No es culpa del presidente actual, debe reconocerse que es un problema que se dejó crecer en sexenios anteriores bajo serias acusaciones de contubernio entre autoridades y criminales, pero no se puede pasar todo el sexenio el presidente culpando al pasado de los males presentes, pues si bien los políticos no son culpables de los problemas actuales, si lo son de la perpetuidad de los mismos, y si el actual gobierno carece en estos momentos de una estrategia; el problema solo se está dejando crecer bajo el auspicio de un nuevo gobierno. En lo personal, no cuestiono la decisión tomada por el gabinete de seguridad en el caso Culiacán, muy seguramente era el mal menor dejar ir a Ovidio Guzmán, lo que sí cuestiono, es la falta de un plan que previera una reacción a gran escala de los criminales para rescatar a su líder. Lo que dejó claro, aunado a la frase de “abrazos y no balazos”, la carencia absoluta de un plan nacional de seguridad pública o combate a la delincuencia para disminuir las terribles cifras que se traducen en secuestros, extorsiones y ejecuciones que diariamente son noticia en este violento país. Es claro que el fuego no se combate con fuego, pero también hay quemas controladas para eliminar incendios; es decir, el gobierno NO PUEDE renunciar al combate frontal solo por querer ser diferente a los demás gobiernos; esto solo se traduce en un interregno en el que el crimen revolotea a sus anchas sin nadie que lo contenga y en donde la autoridad se convierte en un espectador más vestido de blanco con la paloma blanca en la mano. La estrategia del presidente debe ser integral, es decir, apoyar con becas y más becas para que los jóvenes no terminen en la calle y sean seducidos por el crimen y el fácil acceso a recursos, que se capaciten en oficios, que más jóvenes, mediante la ley de inclusión educativa, ingresen a las escuelas para seguir estudiando, que se construyan más estadios de beisbol o de lo que sea para que se fomente el deporte, pero que al mismo tiempo, se combata frontalmente al crimen, otorgando amnistía a quienes se pueda y prisión a quienes no; es decir, todo se vale, pero enfrentar al crimen directamente con la fuerza del Estado será algo insoslayable por lo que se debe afinar una estrategia integral que contenga un poco de mano dura, porque solo así se resolverá el problema.