POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… LA ESTABILIDAD, BASE PARA SEGUIR REFORMANDO no estamos en una encrucijada. Seguimos nuestro propio camino y estamos construyendo un modelo también propio para nuestro futuro, apegado a nuestras raíces, fiel a nuestro modo de ser. A nosotros lo que nos interesa es resolver lo más a fondo posible nuestros problemas. La realidad actual y las previsiones del futuro sugieren la necesidad de profundas transformaciones en todos los órdenes de la vida. Las sociedades modernas entrañan mutaciones inminentes en los sistemas tecnológicos, en los procesos de producción y consumo de bienes, y consiguientemente en las relaciones sociales y en las formas de conciencia. Reconocemos que es necesario mejorar y depurar las instituciones que nos rigen; más, para lograrlo, lo primero es preservarlas; es mediante el ejercicio y el respeto al derecho como se puede alcanzar su renovación y perfeccionamiento. La impaciencia lleva al retroceso. Irreflexión no es sinónimo de heroísmo. Las reformas revolucionarias se alcanzan con una acción deliberada y consecuente que sabe a dónde va; con encendida pasión, mente serena, actividad tenaz, firmes ideales y certeza de rumbo. Los entusiasmos intermitentes, la euforia momentánea no conducen a la revolución. Para avanzar con firmeza, siempre debemos actuar con posibilidades razonables de éxito. La aventura romántica nos está vedada. Nuestra responsabilidad nos prohíbe actuar precipitadamente: el destino del país es lo que está en juego. Está en el espíritu de una auténtica revolución mantenerse siempre inconclusa. Las revoluciones que lo niegan, admiten su naturaleza episódica, es decir, son falsas revoluciones; y si tratan de hacer creer que el mañana priva hoy, entonces, son mera demagogia. La dirección de una reforma, su rumbo, su sentido y naturaleza son lo importante y decisivo. De aquí que en ésta, como en otras muchas cuestiones, busquemos inspiración en nuestro movimiento social que ha realizado reformas que nos llevan a las metas que queremos alcanzar y, tan intensas que han influido profundamente en el todo social y no tienen punto de retorno. De esta manera la estabilidad, fruto de las reformas ya hechas, sirve de base para seguir reformado. Esta idea traza la frontera –insalvable para los críticos ciegos o irreflexivos de nuestro sistema político- entre lo que es la selección del camino para obtener el fin y lo que es el agotamiento total de los objetivos avirozados. Hasta donde sabemos ninguna auténtica revolución de la historia ha proclamado su triunfo en el sentido de haber logrado todas las metas que se propuso: ni la francesa, ni la soviética, ni ninguna otra. Por lo contrario, todas ellas han propugnado, a través de la adaptación de su ideario y de sus métodos a la cambiante realidad, ir cubriendo nuevos campos de acción, trazarse otros objetivos y proyectarse hacia un porvenir más justo, en consecuencia con su impulso original. No se trata de un simple “instinto de conservación” de las revoluciones o de quienes las aplican, sino de una supervivencia nacida de la misma dinámica social, de las propias consecuencias del cambio. En la medida que una transformación tiene buen éxito modifica estructuras económicas, “relaciones sociales” y aún “formas de conciencia”, esto es, abre nueva dimensión y perspectivas para los actos de los hombres y de los grupos que integran la sociedad por ella configurada. Entonces, esa distinta actitud vital, esa transformación, genera nuevos problemas, o les da a los antiguos – aún sin resolver íntegramente- distinto enfoque, sin contar con que, junto a la sociedad de que se trate, se van produciendo en otras sociedades, en el mundo entero, cambios y transformaciones, adelantos y descubrimientos y la obligan a mantenerse en vigor, a ponerse al día, a ser contemporánea. Revolución que no concluye es revolución que no claudica, que no se duerme en sus laureles, que no cree que la historia del país terminó con ella, sino, por lo contrario, que con ella empieza una nueva etapa nacional. La revolución que se autodeclara en proceso no retrocede por que se estanca, no se burocratiza ni petrifica sus ideales. Cada vez va descubriendo otros, porque mientras existan problemas sociales permanece vigente y revitalizada la idea de la transformación. Un país dinámico como el nuestro, con una sociedad permeable, en movimiento, y constante mutación, requiere también de una revolución dinámica que no admita ni reconozca sus triunfos sino para basar en ellos nuevas luchas, que se ufane de su estabilidad sólo para consolidarla más y partir de ella hacia nuevas transformaciones, que proclame el desarrollo que ha alcanzado el país sólo para acelerarlo, tanto en su aspecto acumulativo –la capitalización- como en su aspecto distributivo- la justicia social-; en fin, que conserve sus ideales para rejuvenecerlos constanmente, para aplicarlos a la nueva problemática que la constrastada realidad le presenta y le exige solucionar. Pero- y aquí el valor de las palabras presidenciales- “Las reformas revolucionarias se alcanzan con una acción elaborada y consecuente que sabe a dónde va… los entusiasmos intermitentes, la euforia momentánea, no conducen a buen fin. Así es. Por eso “la aventura romántica nos está vedada”; por eso también la responsabilidad del mexicano- responsabilidad, que no timidez- le impide dar pasos en falso o confundir una sola impetuosidad con el espíritu de transformación y la capacidad de cambio.
MI VERDAD.- No, no son palabras de AMLO. Son de Gustavo Díaz Ordaz pero como se parecen. NLDM