Tengo algo que confesarte...
La Trina estaba en su lecho de muerte. Su esposo, el Trino, mantenía constante vigilia a su lado.
Él sostenía su frágil mano, y mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, él oraba por su esposa.
Ella lo miró y sus pálidos labios comenzaron a moverse quedamente:
- “Mi amado Trino” susurró.
- “Calla mi amada” dijo él “Descansa. Shhh. No hables.”
Ella, insistentemente, dijo con cansada voz:
- “Tengo algo que confesarte”.
- “No hay nada que confesar” dijo sollozante el Trino
- “Todo está bien, duerme...”
- “No, no, yo debo morir en paz, Trino.
- “Yo me acosté con tu hermano, tu mejor amigo y tu padre.”
- “Ya lo sé, replicó el Trino... ¡POR ESO TE ENVENENÉ !”