POR: EDUARDO GRANADOS PALMA
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Durante mi estancia en Medio Oriente conocí que las maldiciones referidas con el fin de ofender a una persona son muy distintas a las que comúnmente usamos en occidente. Son más profundas y determinantes. A diferencia de occidente donde los improperios están dirigidos principalmente a la progenitora, en oriente están dirigidos al deseo de un futuro escabroso como “Entre médicos te veas” o “Entre abogados te veas”. Montesquieu tenía razones históricas basadas en la experiencia del Estado Absoluto, para rechazar el poder de los jueces, de los que dijo que debían ser sólo la boca muda que pronuncia las palabras de la ley y que su poder debía de ser, de alguna manera, nulo. También todos los ilustrados que se interesaban por el Derecho, además del propio Secondat, como Beccaria, Filangieri, Jaucourt o Condorcet, se esforzaron por construir una teoría de la legislación y resolver así los problemas de seguridad, de certeza y de libertad, mediante la racionalización y la búsqueda de calidad de las leyes. La lucha de los filósofos y de los juristas, desde Tomasio a finales del XVII, llevó a la defensa de la ley y a la desconfianza total en los jueces del Antiguo Régimen. El Estado liberal fue, desde sus orígenes, un Estado legislativo que, además, creó un estatuto profesional de los jueces que garantizase su neutralidad y su independencia para resolver con justicia los casos concretos, y también unos derechos del detenido y del inculpado, conocidos como garantías procesales para proteger sus derechos ante lo arbitrario. Unos procedimientos penales, sin privilegios e iguales para todos, completaban el panorama del tratamiento liberal democrático para salir del horror del viejo sistema del Estado absoluto. Pasado el tiempo, las circunstancias históricas evolucionaron el Estado social, amplió las competencias estatales, la Administración se desbordó y se constató que el viejo ideal de unas normas generales y abstractas, capaces de abarcar todos los casos, era un sueño imposible que se ha reforzado hasta volver a ser el que fue y que tanto temía Montesquieu. Su viejo diagnóstico de que todo poder tiende a crecer hasta que es detenido y de que ese desarrollo del poder conduce al abuso y a la arrogancia, aunque se formuló respecto al viejo ejecutivo absoluto, sirve para este nuevo poder emergente de los jueces en el Estado liberal democrático. La realidad incontrovertible y necesaria en las modernas sociedades de la creación judicial del Derecho, disputando espacio al congreso y a las leyes, ha producido en muchos jueces una conciencia de su poder amparado en su independencia y en el estatuto constitucional y legal que les protege, que está produciendo, en algunos supuestos, desviaciones graves y abusos relevantes que dan la sensación de arbitrariedad, de falta de límites y de impunidad. Todo el esfuerzo intelectual de someter la voluntad del poder a la racionalidad del Derecho, que es el esfuerzo de la democracia y del gobierno de las leyes, a partir de las revoluciones liberales, se encuentra con que uno de los instrumentos claves de esa racionalización y de la defensa de los derechos de los ciudadanos, en supuestos que se repiten más de lo deseable, se pueden convertir en imitadores de los abusos, para cuyo control fueron, en parte, habilitados. Pese a todos los procedimientos, pese a todas las barreras, de nuevo la ilusión del fin de la arbitrariedad quiebra por la acción de personas de un colectivo creado para proteger y defender la seguridad y la libertad. Un corporativismo creciente ayuda a mitigar los instrumentos jurídicos que reaccionan ante los abusos que, en muchos casos, son tratados por los competentes para sancionar las desviaciones, con benevolencia y comprensión irritantes, y frente a las que no cabe un control externo al propio poder judicial. Hoy lo sabe Rosario Robles y lo sé yo.