POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… 2 de 2. Los que estaban a favor o en contra de Santa Anna, los que eran favorables a la iglesia o los que estaban en su contra; los que buscaban alianzas con los estadounidenses y los que se decantaban por Europa, los que trajeron a Maximiliano y los que repudiaban dicha idea. Esas diferencias siempre significaron guerra entre mexicanos. Dado que la historia la escriben los vencedores, parece que los buenos siempre ganan, aunque en realidad lo que sucede es que los que ganan siempre se convierten en los buenos. La historia que nos cuentan y nos contamos no está constituida por hechos sino por narrativas. En un México dominado por liberales, los bandos comenzaron a dividirse: los que están con Juárez, los que están con González Ortega, los que optan por Lerdo de Tejada y los que prefieren a Porfirio Díaz. Se impuso la razón con las armas, el asesinato, el golpe de Estado y la traición. La revolución que, según la leyenda, nos trajo democracia en 1911, se había transformado en una carnicería de todos contra todos para 1914, y con el andar de esa terrible guerra civil fue naciendo el partido que se apoderó de la democracia durante el siglo xx. En dicha revolución estaban los carrancistas, los obregonistas, los villistas y los zapatistas; diversas ideas, distintas posturas e ideologías. Siempre guerra, nunca diálogo. En octubre de 1914 la razón pareció asomarse por encima del conflicto, y en medio de tanta matazón, las diversas fuerzas armadas buscaron dialogar. Se reunieron en Aguascalientes en octubre de 1914 para buscar elegir un gobernante, que evidentemente fue desconocido por los que no votaron por él, y volvimos a la fuerza bruta por una década más. Tras una serie de guerras, asesinatos y traiciones surgió, en sus diversas etapas, el Partido de la Revolución, donde se monopolizó el poder, los privilegios y la democracia, se impuso el orden por la fuerza, y por primera vez en nuestra historia se comenzó a escribir, de manera deliberada, una narrativa histórica, una mitología nacional, un discurso que fuera capaz de brindarnos una identidad. Lamentablemente dicha identidad estuvo basada en el conflicto, fuera de indio contra español, o de obrero contra proletario, según dictaban las ideologías europeas de la época. México pasó de la dictadura de partido; con el tiempo, evolucionamos a la dictadura de partidos que hasta la fecha confundimos con democracia. Pero el país sigue siendo una estructura de explotación, de dominio, de abuso, y sigue siendo por lo tanto el perfecto caldo de cultivo para el rencor social. Ha evolucionado mucho la economía, se genera más riqueza que nunca, y también más desigualdad. México no ha dejado de ser un país sustentado en la explotación, donde muy pocas elites privilegiadas viven en la abundancia gracias al poder económico de la miseria, que es de hecho nuestra ventaja competitiva, donde la clase política es reciclable pero inamovible, y donde todo cambia para seguir igual. El siglo XXI, con sus redes sociales y comunicación instantánea, con tecnología para interconectar a todos, con cámaras y micrófonos en cada celular, con jueces autoerigidos tras cada perfil virtual, nos deja ver mejor que nunca el estado de rencor en el que seguimos viviendo. Basta manifestar una postura a favor o en contra de alguna idea, proyecto o candidato, para que cada medio electrónico se convierta en un gran vertedero de odio. Muchas cosas tienen que ser transformadas urgentemente en este país si aspiramos a que sobreviva, pero la transformación inmediata, la urgente, es aprender a dialogar entre nosotros, a dejar de odiarnos y a vivir en paz. Reconciliación nacional es lo que necesitamos, declarar la paz entre nosotros. La transformación de un país es imposible sin la transformación individual de la mente de cada uno de sus habitantes, pues es ahí donde están los condicionamientos psicológicos y patrones de conducta, la intolerancia, los prejuicios, el gandallismo, los odios y rencores, y ése es el verdadero campo de batalla que nos hace vivir una guerra.
MI VERDAD.- El conflicto es la base de nuestra identidad. NLDM