POR: GUILLERMO OROZCO RODRÍGUEZ
* Nació en las Vigas, pequeño poblado cercano a Jalapa; Veracruz
* Gigante de la Educación Rural Mexicana
* Fallece hace 60 años en el Distrito Federal el 29 de mayo de 1959
Rafael Ramírez Castañeda es veracruzano de origen, nació en las Vigas, pequeño poblado en las cercanías de Jalapa el 30 de diciembre de 1884. De origen campesino, sus padres Francisco Javier Ramírez y Pascuala Castañeda.
En 1906 obtuvo dos títulos en la Escuela Normal de Jalapa, de bien ganado prestigio en todo el país: el de Profesor de Educación Primaria Elemental y el de Profesor de Educación Primaria Superior. Ejerció en su estado natal, en Durango, Guanajuato y en el Distrito Federal.
Pronto se ganó el respeto y la estimación de sus compañeros gracias a su saber científico, a su capacidad pedagógica, a su profundo sentido de responsabilidad, a su amor por los niños, a su honradez sin tacha, a su vida personal cargada de humana dignidad y a su notable afán por mejorar su capacidad profesional por la vía del estudio y del trabajo: no sólo era capaz de enseñar y de educar sino de aprender y de educarse en el diario hacer con los niños, con los padres, y con sus compañeros.
Es el estructurador de la Educación Rural Mexicana. Amaba profundamente al pueblo y de manera especial a los campesinos y a los indígenas. Creó la primera Misión Cultural de nuestro país en el año de 1923, en la comunidad de Zacualtipán del estado de Hidalgo. Además fue el primer jefe que estos organismos tuvieron y actuó brillantemente en los estados de Morelos y San Luis Potosí.
Legó a la Dirección general de las escuelas rurales federales, ya antes había participado en las tareas de su planeación y organización y desde allí, gracias a la experiencia adquirida en las misiones culturales, con la opinión de los expertos en educación rural (los maestros de base), de los campesinos y de trabajadores de misiones, conjugó las aspiraciones educativas de la Revolución Mexicana. Hizo posible que —como creación del pueblo— surgiera la Escuela Rural. Escuela que hizo de México un centro de atención para los educadores más destacados de nuestro Continente y de Europa. Lo breve de este trabajo no permite detalles, pero conviene expresar que para muchos filósofos de la educación la Escuela Rural nuestra fue no sólo una creación original sino fiel respuesta para los anhelos de justicia y libertad de nuestro pueblo. Alguna vez a John Dewey le plantearon problemas de educación rural mexicana y a quienes lo hicieron les dijo que no se explicaba por qué acudían a él, cuando en México, tenían en Don Rafael Ramírez Castañeda uno de los mejores educadores del mundo.
La Dirección de Educación Popular, bajo la guía del muy distinguido educador Ángel J. Hermida Ruiz, publicó, en su Biblioteca del Maestro Veracruzano, las obras completas de Don Rafael. De cada tomo se hizo un tiraje de 10,000 ejemplares, conteniendo las siguientes obras:
Tomo I: La Enseñanza de la Lectura, La Enseñanza de la Escritura, La Enseñanza de la Ortografía y La Enseñanza del Cuento y la Dramatización. 377 páginas.
Tomo II: La Enseñanza de la Aritmética, La Enseñanza de la Geografía, La Enseñanza de la Historia, y La Enseñanza del Civismo. 474 páginas.
Tomo III: Curso de Educación Rural, Técnica de la Enseñanza, y Curso breve de Psicología Educativa. 477 páginas.
Tomo IV: La Educación Industrial. 285 páginas.
Tomo V: Cómo dar a todo México un Idioma y 5 temas más sobre la formación de los maestros rurales. 205 páginas.
Tomo VI: Supervisión de la Educación Rural. 219 páginas.
Tomo VII: Organización y Administración de las Escuelas Rurales. 222 páginas.
Tomo VIII: Artículos y discursos. 254 páginas.
Tomo IX: Libros de Lectura. 236 páginas.
Tomo X: Libro “El Porvenir” (III y IV). 187 páginas.
Tomo XI: Libro “El Porvenir” (III y VI). 214 páginas.
En total 3,120 páginas y 11 ejemplares. Pero el número de obras y páginas no es lo importante: Lo que cuenta es que Don Rafael en sus libros de Técnica de la Enseñanza se dirigió al Maestro Rural con un lenguaje claro y sencillo pero de estricto rigor científico. Con una cualidad propia de los que saben y quieren dar su saber, pero que también quieren aprender, enseñaba y explicaba a los demás sin la pedantería propia de los tecnócratas, o dioses del olimpo pedagógico.
Afirmaba que era obligación de los funcionarios públicos ligados al ramo educativo que si amaban con sinceridad a las clases populares y deseaban hacer algo por ellas en pro de su mejoramiento moral, social y económico; ver en la escuela el medio más eficaz de redimir al Pueblo; a todos los maestros, en suma, que trabajen para bien del proletariado, mediante su influencia educadora, abnegadamente, honradamente, con toda su voluntad, con todo su pensamiento y todo su corazón, sin egoísmos ruines, sin ambiciones mezquinas, sin fines bastardos, sin hacer de su profesión un recurso de medro censurable ni de su cátedra de apostolado un puesto de mercader.
Don Rafael Ramírez afirmaba categórico: “El proletariado en sus largas y perpetuas luchas de rehabilitación ha venido alcanzando una que otra conquista en algunas partes. Entre ellas se cuenta el acceso a la escuela... escuela concebida y organizada con el sentido, la tendencia y la ideología. El acceso a ella de la niñez y de la juventud es un derecho”. “México... no tiene una estructura social homogénea. Su población está compuesta de dos capas sociales: burguesa y proletaria. De cada 100 personas... apenas 15 nadan en la abundancia, teniendo a su alcance riqueza de toda especie, las 85 restantes viven en pobreza extrema y carecen de las cosas más indispensables como el pan y el abrigo”. Sólo con la educación se pueden evitar esas diferencias.
Estos conceptos eran lo que sus enemigos —entre los que se cuentan “revolucionarios” y “reformadores”— no le perdonaban porque, Don Rafael, abogó siempre por una escuela del pueblo y para el pueblo. Tampoco le perdonaban que acudiera a reuniones donde se discutían problemas sociales y se abogaba por la paz y —menos aún— que firmara manifiestos al lado hombres como Bassols, Siqueiros, Diego Rivera y otras notables personas de la izquierda mexicana. Era un hombre verdaderamente peligroso para ellos: despreciaba el dinero y no había manera de hacerlo callar. Murió el 29 de mayo de 1959 envuelto en el manto sagrado de la pobreza pero enarbolando la más limpia de las banderas: la de la dignidad humana. Sus restos reposan en la rotonda de las personas ilustres de México.
Recordar y rendir homenaje al hombre que mejor representa ese gigantesco y admirable movimiento conocido como educación rural mexicana es un acto de elemental justicia.
El continuador de su filosofía, conducta y obra pedagógica lo fue indudablemente el Profesor José Santos Valdés, a quien merecidamente se le denomina “padre del normalismo rural”. Es por eso que sus exalumnos y miles de maestros normalistas de todo el país se han echado a cuestas la tarea de que al igual que don Rafael sus restos reposen en la misma rotonda. Estoy seguro que lo lograrán.
Fuente.- Profesor José Santos Valdés.- Tomo IV de las Obras completas, editadas por la Escuela Normal Experimental de Nieves, Zacatecas en 2005.
Guillermo Orozco Rodríguez.- A 3 de Junio de 2019.