POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… un sistema político está dado por el conjunto de instituciones y normas jurídicas que ordenan y rigen la organización y el funcionamiento político de un país, donde operan partidos políticos, asociaciones y grupos que, dentro de los términos legales, luchan porque sus candidatos triunfen en los comicios para cargos de elección popular.
El Estado conforma el marco general del sistema político, y en él operan, como piezas centrales, los partidos políticos que representan la oferta diferenciada, ideológica y humana, sobre la cual el pueblo ha de optar. Su voto favorecerá a los candidatos y partidos que mejor garanticen la consecución de sus aspiraciones de libertad, justicia y bienestar, al tiempo que la nación ve fortalecidas independencia y soberanía.
En el mundo contemporáneo prevalecen los sistemas parlamentarios y presidenciales, aquellos en Europa y estos, en el continente americano. Si quisiéramos referirnos a las ventajas o desventajas de cada uno, de los primeros podríamos afirmar que, cuando proliferan los partidos y no se consolida una fracción parlamentaria predominante, el sistema puede padecer anarquía y hasta ingobernabilidad. De los presidenciales, su riesgo es que, si no se da un auténtico equilibrio entre los poderes, pueden convertirse en sistemas autoritarios, centralistas y antidemocráticos. Otro riesgo no menos graves es que, en caso de mayorías divididas en el Congreso, la carencia de consensos en cuestiones básicos puede conducir al estancamiento de la función gubernamental.
Los partidos políticos están para organizar y agremiar a ciudadanos que coincidan con su ideología, programas, estrategias e intereses; al aglutinar las diferentes corrientes ideológicas del pueblo y luchar democráticamente por el poder, legitiman al sistema político mismo. En los gobiernos representativos, como el nuestro, los partidos políticos cumplen una función de intermediación entre el pueblo y el gobierno. Entre sus funciones básicas sobresales: postulación de candidatos a cargos de elección popular; representación de la opinión pública; socialización de la política; persuasión y movilización social, así como reclutamiento popular.
La constitucionalización de los partidos se alcanza en México a partir de 1977. Se les reconoce como entidades de interés público; se les faculta a participar en los procesos electorales del país mediante la postulación de candidatos y la realización de campañas en su apoyo; pueden presentar recursos para objetar, si es el caso, las elecciones; tienen derecho al financiamiento público y, aunque de manera limitada, también a recursos de origen privado; gozan de prerrogativas en diversas materias y se faculta su acceso, regulado y equitativo, a los medios de comunicación.
Un connotado politólogo contemporáneo, Giovanni Sartori, afirma que, además de los sistemas parlamentarios y presidenciales, existe el sistema semipresidencial que corresponde al modelo francés. Se trata de un gobierno dual, ya que en la cúspide del gobierno se encuentran: un Presidente que es el Jefe de Estado, que representa a la nación, decide la política internacional y de él dependen las fuerzas armadas; y un Primer Ministro, el Jefe de Gobierno, que se apoya en la mayoría parlamentaria y es el responsable de la política interior. Este modelo de sistema político es el que algunos políticos de la oposición quisieran ver entronizado en nuestro país, con el supuesto de que es más flexible que el presidencial y de que supera el riesgo de un posible estancamiento del gobierno. Esto no es cierto, como el mismo Sartori lo reconoce, pues puede darse el caso de que el Presidente pertenezca a un partido distinto al del Primer Ministro, o sea que no cuente con la mayoría parlamentaria, de modo que el riesgo del estancamiento sigue latente. Si el sistema francés ha sustituido a la “cohabitación”, ha sido por la sensatez de los partidos políticos franceses, desiderátum que, mucho me temo, aún estamos muy lejos de alcanzar.
Nuestro sistema presidencial no está agotado. Ahí donde se ha conseguido el auténtico equilibrio de poderes, ha podido prevalecer, aun en condiciones de mayoría divididas. Quieren seducirnos con paraísos lejanos a nuestra idiosincrasia. En todo caso acabemos de una vez con el presidencialismo excesivo y con secuelas autoritarias y centralistas. Dice un adagio: “Más vale malo conocido, que bueno por conocer…”
MI VERDAD.- La nueva circunstancia política del país obliga al ejecutivo a ser más flexible y abierto.