POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Si algo hay que reconocerle al equipo de López Obrador, particularmente a la fracción dedicada a combatir el neoliberalismo en su dimensión simbólica, es esa claridad respecto de los riesgos que se corren ante la posibilidad del fracaso de eso que llaman la Cuarta Transformación o 4T. Los fantasmas del brasileño Lula en prisión, del procesamiento de Cristina Kirchner en Argentina, de la persecución policial de Rafael Correa de Ecuador muestran lo que puede suceder con López Obrador antes o después de que termine su periodo.
Son hechos que exhiben el carácter vengativo de la derecha latinoamericana pero, sobre todo, muestran su determinación de evitar que las reformas de los expresidentes de Brasil, Argentina y Ecuador se asuman como reivindicaciones de los pueblos de esos países. Se trata de reafirmar que el neoliberalismo es el verdadero sentido común, que la lógica de la exclusión y marginación social se vea como natural. Así, las medidas que todos estos expresidentes tomaron en su momento se verán como ocurrencias, como dislates propios de populistas que no entienden que la lógica del mercado es la “Lógica”.
La lucha de la 4T es similar a la que en su momento emprendieron los exmandatarios mencionados, con objetivos no tanto revolucionarios, sino más bien de tono reformista, buscando depurar el llamado “capitalismo de compadres” en el que lo fundamental no es una lucha en la que sobreviven los más eficientes sino los más influyentes, los que tienen más capacidad para corromper al gobierno y ponerlo a su servicio. Pero pasar a un capitalismo en el que la competencia sea más pareja, implica terminar con estructuras de oligopolio creadas y sostenidas desde el Estado. Es afectar intereses muy poderosos que van a dar la pelea en todos los campos, incluido el de la construcción del sentido común, de manera que, como dice Bourdieu, se reafirmen “los rasgos del estilo de vida de las clases dominadas qué a través del sentimiento de incompetencia, de fracaso o de indignidad cultural, implican una forma de reconocimiento de los valores dominantes”.
Para el pensador italiano Antonio Gramsci (cuyo cerebro debía ser detenido por veinte años, según el juez que lo encarceló), una de las funciones del Estado es ganar el consentimiento activo de aquellos sobre los que gobiernan, exactamente lo que hicieron los gobiernos neoliberales desde Miguel de la Madrid hasta Peña Nieto, al convertir a los ciudadanos en cómplices activos de su propia dominación, en defensores de un orden político en el que se vuelven objeto y no sujetos de las decisiones que afectan sus intereses.
De acuerdo con Gramsci, la lucha de clases en el terreno cultural no es una lucha entre ideologías sino una lucha en torno a la interpretación y apropiación de un sistema ideológico, es la lucha por el significado de los conceptos clave de ese sistema de ideas. Uno de los ejemplos es el de la educación, cuyo significado para la élite económica es el desarrollo de destrezas manuales en detrimento de las habilidades de pensamiento, especialmente las que permiten la construcción y apropiación de valores como la cooperación y la solidaridad.
Por lo anterior, en el pensamiento gramsciano es fundamental luchar a través de las trincheras de la sociedad civil para reconstruirla, rompiendo los hilos (sobre todo los culturales) que la subordinan al aparato de gobierno para vincularla al movimiento revolucionario (en este caso reformista), pues sólo así tiene sentido tener el poder gubernamental.
Gramsci murió el 27 de abril de 1937 pero su pensamiento sigue vivo y, eventualmente, alargará la vida de la Cuarta Transformación.