Torreon, Coah.
Edición:
29-Abr-2024
Año
21
Número:
902
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LA DISCULPA / 697


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Por:
Sin Censura
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30-03-2019
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POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.

Con esa gran habilidad que tiene para marcar la agenda diaria, López Obrador acaba de poner en la mesa de discusiones la necesidad de que la corona española pida perdón por las atrocidades cometidas por sus súbditos contra los indígenas latinoamericanos. No fue muy lejos por la respuesta, el rey español contestó con una educada pero tajante negativa, aduciendo que no se pueden juzgar con valores actuales los acontecimientos de hace varios siglos.

Más allá de los propósitos reales del mandatario mexicano, que fluctúan entre el sincero compromiso con los pueblos indígenas y la intención de construir cortinas de humo que encubran la presunta falta de resultados, lo cierto es que actualizó un debate que ya tuvo lugar poco después de la rendición de Tenochtitlan, una polémica entre algunos clérigos españoles que defendían a los indígenas y los conquistadores que, en la búsqueda de la riqueza fácil, no veían a los aztecas sino como bestias de carga a los que había que explotar hasta hacerlos reventar.

Sin duda la conquista tuvo excesos y, por supuesto, significó la extracción de riqueza en tal magnitud que solo así se explica la manutención de una gran clase parasitaria en España, a cargo de la población indígena que quedaba reducida a la miseria, la explotación y las vejaciones en la Nueva España. La riqueza del imperio español se construyó con sangre y sudor de quienes, hasta antes de la llegada de los conquistadores, vivían de los tributos que imponían a los otros pueblos indígenas a los que, a su vez, tenían sojuzgados. Tiranos españoles que sometieron a tiranos indígenas, opresores europeos que liberaron a otros pueblos indios para, finalmente, absorberlos a su cultura y cristianizarlos sin esperar su aceptación.

Esa es la historia de una nación mestiza que, sin embargo, conserva una gran cantidad de pobladores (alrededor del 10 por ciento) que se asumen como indígenas, que reivindican su pasado como pueblos originarios y que, por tanto, reclaman espacios de autonomía que les permita ejercer su autodeterminación de acuerdo con sus usos y costumbres. Quieren seguir formando parte de un México que apenas entienden como una gran patria, pero dentro de la República mexicana. Esa contradicción entre la etnia que ya existía desde mucho antes de la llegada de los españoles, y la nación que emerge después de la consumación de la independencia en 1821 subsiste a la fecha en condiciones desfavorables para las comunidades indígenas.

Ni el gran movimiento de Reforma encabezado por el presidente de origen indígena Benito Juárez, ni la Revolución de 1910 ofrecieron a los pueblos indios razones suficientes para que estos se asumieran como mexicanos, para que se sintieran invitados a la fiesta que significó la paulatina construcción de esta patria que llamamos México. Por el contrario, el despojo de sus tierras y de sus recursos naturales, así como el empobrecimiento de su población fue el precio que pagaron para ser considerados parte de un país que no acaba de reconciliarse con su pasado indígena.

Es cierto que es grande la deuda que tiene la corona española con nuestros indios, pero tampoco es pequeña la que tiene la República mexicana que no ha sabido incorporarlos respetando sus particularidades, sus costumbres, sus aspiraciones. No ha sabido hacerlos sujetos de desarrollo para que desplieguen su potencial al servicio de la nación.

De manera qué si hay que pedir un mea culpa a la corona española, al tiempo que la República mexicana se pone a mano con sus pueblos originarios abriendo los cauces para su desarrollo y haciendo a los indígenas ciudadanos de pleno derecho.

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