POR: AGENTE 57
ARRANCAMOS… La transición democrática mexicana ha sufrido una grave herida a consecuencia de las elecciones presidenciales. La situación es peligrosa porque en México no se viven las peculiares divisiones políticas propias de una pluralidad democrática, sino las dislocadoras consecuencias de una profunda fractura. Las fuerzas políticas que emergen de las elecciones de 2018 no logran un acuerdo razonable sobre el sistema político y la transición. Mientras que unos tratan de gobernar, los otros favorecen el desgobierno. En tanto unos tratan de negociar y dialogar, los otros bloquean los acuerdos. Esta fractura ha auspiciado que las fuerzas del antiguo régimen se presenten como una pantanosa mediación e intenten un juego cesarista encaminado a ganar las elecciones próximas. Como era de esperarse, la gran fractura política ha afectado enormemente a la izquierda. La profunda grieta se extendió a sus territorios y en consecuencia el PRD sufre una división interna que lo ha desgarrado. También la derecha ha sido afectada por la fractura política, aunque en menor medida que la izquierda. La piedra populista en el zapato del PAN no sólo ha sido molesta: le ha obstaculizado cohesionarse. La confrontación ha alentado a las corrientes más conservadoras y ha estimulado las tendencias oportunistas que reproducen la nefasta cultura política de los partidos. En las filas del PAN ha cundido un temor paralizante que frena cualquier actitud audaz y creativa que pudiera existir. Hay miedo a realizar cualquier cambio que pueda desencadenar la ira de los grupos de presión que están siempre dispuestos a lanzarse a la calle, bloquear instituciones, paralizar carreteras y desestabilizar al gobierno. No me parece que nos enfrentemos a la simple continuación de la antigua fisura que en el siglo XIX separó a liberales y conservadores, como algunos suponen. Creo que el problema radica en el trágico hecho de que las tradiciones conservadoras tienen un peso excesivo tanto en la derecha como en la izquierda. Cada uno a su manera, los dos polos políticos están empapados de un fuerte conservadurismo: en la derecha se trata de la reacción católica tradicional y en la izquierda encontramos un populismo nacionalista arcaico. Y mientras el conservadurismo se expande a diestra y siniestra, las corrientes liberales se hallan débilmente representadas en ambos lados de la fractura política. De aquí provienen los enormes obstáculos que frenan el crecimiento del liberalismo democrático en la derecha y de la socialdemocracia en la izquierda. La ruptura política: ¿qué significa y qué consecuencias puede tener el hecho de que la vida política se vuelque en las calles? A las inquietudes que suelen inspirar el caos urbano y la inseguridad en las ciudades se agrega el espectáculo constante de calles invadidas por movimientos políticos. Las raíces de la transición democrática se hunden en la década de los sesenta, la época en que fue educada la generación de políticos que a fines del siglo pasado auspició los cambios que hundieron el antiguo régimen autoritario. En la contracultura de los años sesenta se comenzó a erosionar lentamente el nacionalismo revolucionario que ilustró el autoritarismo. Durante muchos años, especialmente después del derrumbe del bloque socialista, en perdida. Todo ello se concentró en la campaña electoral de López Obrador, y por ello mismo se enajenó el apoyo de muy diversas corrientes de izquierda.
MI VERDAD.- La política democrática de los partidos modernos suele ser exitosa cuando se acepta un margen de movilidad que admite los pactos, las coaliciones y los acuerdos con otras fuerzas políticas. NLDM