POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Yalitza Aparicio surge como posible ganadora del Oscar en la categoría de mejor actriz y, con ella, emerge una de esas características de los mexicanos que pocos asumimos, el racismo. Nuestra triple raíz étnica, social y cultural (española, indígena y, en menor proporción, africana) ha permitido a los mexicanos navegar en aguas de ambigüedad en lo que se refiere a la identidad sociocultural, según la mayor o menor claridad en la piel. Así, la piel clara brinda la oportunidad de sentirse por encima de aquellos cuya epidermis es más bien oscura.
La discriminación se define, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS 2017), como “toda distinción, exclusión o restricción que, por acción o por omisión, tenga por objeto o resultado obstaculizar, restringir o menoscabar el reconocimiento o goce de los derechos humanos y libertades”. De acuerdo con dicha encuesta, el grupo social a quien más se discrimina en este país es el constituido por quienes padecen algún tipo de discapacidad física, pues el 25.1 mencionó haber sido objeto de algún tipo de discriminación.
El grupo social que ocupó el segundo lugar en ser objeto de algún tipo de trato discriminatorio es el de personas pertenecientes a la población hablante de lengua indígena, o que así se autoadscribieron por pertenecer a una comunidad indígena, o por tener padres hablantes de alguna lengua indígena. De los encuestados pertenecientes a este grupo social, el 20.3 por ciento manifestó haber sido discriminado en al menos un ámbito social. De eso justamente es de lo que podría dar cuenta cabal Yalitza Aparicio, joven profesora oaxaqueña seleccionada por Alfonso Cuarón para personificar a Liboria Rodríguez Meza, la mujer de origen indígena que acompañó el crecimiento de Cuarón y sus tres hermanos.
La paradoja (o quizá no tanto) de Yalitza es que ella, la actriz, y Liboria (el personaje representado por la actriz) sufren el mismo trato, la misma discriminación. En realidad es lógico porque ambas tienen el mismo rasgo distintivo, el color de piel, los rasgos indígenas. Y ambas son mexicanas, pertenecen a un mismo país que no acaba de reconciliarse con esa parte de su pasado que tiene que ver con la conquista, con la construcción del mestizaje. Una construcción violenta, un pasado que nos remite a nuestro origen hijos de de mujer violentada, según lo que Octavio Paz define en ese magnífico libro “El laberinto de la soledad”.
Lo que logra Yalitza, claro que sin proponérselo, es recordarnos ese lado oscuro de nuestra estructura de pensamiento que nos impide reconciliarnos con ese sector social que formamos parte del lado oscuro de la población mexicana. La idea de que solamente aquellas actrices que representan el prototipo de belleza impuesto por Hollywood merecen ganar el Oscar, es una idea totalmente equivocada pues, como dice el mismo Cuarón, ¿Quién valida lo que la supuesta Academia de las Artes decide como bueno, malo o mediocre?.
Pero las críticas más racistas han provenido de los mismos mexicanos. Somos nosotros los que más hemos demeritado el trabajo de Yalitza, los que más nos incomodamos porque una “india” aspire a las posibilidad de obtener un reconocimiento de la magnitud del Oscar que, si bien es cierto no representa una opinión académica, si define el futuro de actores y directores y la prevalencia de un cierto tipo de cine que no necesariamente busque el desarrollo artístico.
Yalitza con su trabajo exhibe nuestras enormes carencias en materia de derechos humanos, en respeto a la diversidad, a lo diferente. Muestra las enormes deficiencias que tenemos al apreciar o despreciar según el color de piel.