POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Todo proyecto político es la propuesta de un modelo de sociedad, es el ofrecimiento de una forma de relacionarnos en la que los vínculos más importantes son los que tienen que ver con el poder. Y por supuesto, esa oferta es refutada por contraofertas de quienes tienen una idea diferente de lo que debe ser nuestra sociedad. Los campos en que se contraponen los diferentes proyectos son los espacios políticos (no solamente los electorales), los económicos y, por supuesto, los culturales.
La lucha es, a final de cuentas, por los capitales públicos que serán utilizados en beneficio de quienes resulten triunfadores en la batalla campal en la que se disputan los recursos naturales (agua, suelo, minerales, etc.), los impuestos convertidos en infraestructura y la protección que el Estado suele brindar a quienes se cobijan bajo su sombra.
Pero también se disputa el sentido de las palabras y la preeminencia de unas ideas sobre otras. Por ejemplo, aquella imagen del empresario que al recibir los apoyos públicos los haría descender (como en cascada) a los menos favorecidos, ha resultado un absoluto fiasco. Los que ya tenían dinero, simplemente lo multiplicaron debido más a su cercanía con el poder que a su habilidad empresarial. Desde los años 80, pero sobre todo durante los mandatos panistas de Fox y Calderón, la noción de subsidio fue ayudar a los que ya tienen para que ayuden a los demás, pero el resultado fue la codicia y, por tanto, la profundización de la desigualdad.
Hoy se trata de convencer a la sociedad mexicana de una propuesta de gobierno en la que “por el bien de todos, primero son los pobres”, y para lograr tal convencimiento se precisa de todos los foros posibles. Convertidos en campos de batalla cultural, los espacios de opinión pública (particularmente los que no han podido ser cooptados por los poderes fácticos) atestiguan diariamente las voces de malestar de quienes se sienten desplazados de sus privilegios, y las expresiones de desconcierto de aquellos que todavía no se la pueden creer que, a lo mejor ahora sí les va mejor.
Uno de esos espacios lo constituyen las llamadas redes sociales, especialmente facebook, twiter e instagram. A través de estos campos de batalla se dirimen todos los días, y a toda hora, las cuestiones que tienen que ver con el país que hemos sido y el que queremos ser. Desde los asuntos más triviales, hasta los que tienen que ver con los más altos intereses de política nacional son el pretexto para mostrar nuestra forma de ver el mundo. Un profundo clasismo y un cada vez menos oculto racismo, junto a nuestro ya clásico machismo son algunos de los aspectos de nuestra sociedad que exhibimos impúdicamente, ya sea a través de comentarios o de imágenes que denigran más a quien los emite que a quien van dirigidos.
Elaborados con la hormona encendida y la neurona desconectada, los comentarios que hacen vibrar a las redes sociales terminan fracturando aún más a una población que no sabe cómo encauzar sus opiniones de manera que, al final, tracemos con las diferencias un rumbo lo suficientemente amplio como para caminarlo juntos. Mientras tanto seguiremos peleando en torno a la belleza y/o calidad actoral de Yalitza, o la (des)honestidad de Fox ante el fenómeno del huachicol, así como antes discutimos en torno a la construcción de un aeropuerto en Texcoco. Las redes sociales no aplican examen de admisión, basta saber leer (aunque no siempre se entienda la lectura) y escribir (aunque no siempre se comprenda el significado de lo que se está escribiendo).