POR: DANIELA CARLOS ORDAZ
@DanielaCarlos
Todo empezó un sábado a las tres de la mañana, cuando despertamos para dirigirnos a lo que sería la experiencia más descomunal de nuestras vidas.
Salimos a las cuatro de la mañana hacia nuestro destino, es decir al punto de salida del llamado “Ultra Trail Oso Negro”. Para quienes no están inmersos en el tema, les explico. Correr en trail, es correr por senderos o montaña. Un ultra trail, es correr más de 42 km por senderos o montaña, las distancias normalmente son de 50km, 80km y 100km.
Yo correría mi primer ultra, que partía del pueblo de Santiago, Nuevo León, hasta adentrarse en lo más profundo de la sierra y regresar al punto de salida.
A pesar de que varias personas me dijeron que era una carrera muy difícil y pesada, no me importó y me inscribí. A fin de cuentas, había estado entrenando para ello. Lo que no sabía, era que el clima y la ruta no iban a ser tan benevolentes conmigo.
Y así empezó la que sería la carrera más difícil en la historia de mi vida.
Llegamos al pueblo y estaba lloviendo y al parecer, no dejaría de llover. Desde ese momento, yo sabía que no sería una carrera como las demás, sabía que sería algo complicado, pero creo que no alcanzaba a dimensionar, qué tan difícil lo sería.
Salimos a las cinco de la mañana en punto, con lluvia y con una temperatura de aproximadamente diez grados con sensación de menos. Los primeros kilómetros fueron en la ciudad, planos, pero en terreno de piedra. Luego empezamos a subir en el socavón. De ahí en adelante todo fue subir y subir, y cuando digo subir, hablo de estar en el pueblo y después ver los techos de las casas, casi en medio de las nubes.
Como había estado lloviendo toda la noche y el siguiente día, el terreno se volvió lodoso, y subir no era una tarea sencilla. Fueron veinte kilómetros de acenso, se imaginarán la sensación de vértigo y el frío que se sentía. Al llegar a lo más alto, se sentía un frío inmenso, con fuertes vientos. Se podía ver en el cabello de los corredores hielito, ya que nunca dejó de llover.
Después de tremenda subida, ahora venía lo que sería la peor de mis pesadillas, diez kilómetros de bajada, en un terreno donde el fango no te permitía ni siquiera caminar, mucho menos correr, y sólo teníamos dos horas para llegar al siguiente punto, porque cada dos horas se hacía corte.
Ahí fue cuando me di cuenta de que lo que me decían era cierto, era un trail muy difícil. Al bajar, me fueron pasando los corredores, hasta que llegó un punto en el que me quedé sola. Luego me alcanzaron dos señores de aproximadamente cincuenta años y uno de ellos se fue conmigo. Después una señora que iba desde Aguascalientes, y finalmente una chica de la Ciudad de México, con la compartí horas de incertidumbre.
Después de cierto tiempo, nos dimos cuenta de que además de estar solas, estábamos perdidas, en medio de las montañas y sobre todo en medio de la nada. No sabíamos a ciencia cierta qué camino tomar, sin embargo pensamos, meditamos y sabíamos que no alcanzaríamos a pasar el corte, así que nos sentamos a meditar y descansar.
Cambiamos de rumbo, retomamos la ruta y caminamos por horas, con frío y con lluvia, y con una neblina densa que por momentos no nos permitía tener una buena visibilidad. Las manos las teníamos congeladas, los pies de igual manera, porque para llegar al siguiente punto tuvimos que cruzar un río varias veces, por lo tanto nuestros pies estaban mojados.
No nos quedó de otra que movernos, porque nadie iba a ir a rescatarnos. Me impresionó la manera tan natural en la que decidimos hacer equipo, movernos y llegar juntas al punto de corte.
Cuando llegamos, el miembro de protección civil nos preguntó si estábamos bien, le contestamos que sí, que estábamos cansadas, con mucho frío, yo con la banda lio tibial izquierda muy inflamada, pero dentro de lo que cabía, estábamos bien.
Llegamos a un lugar donde había más de treinta personas esperando que las llevaran al pueblo, y ya habían salido camionetas con otras treinta o cuarenta personas más.
Diez horas en total hicimos en nuestro recorrido, pero esas diez horas, independientemente de lo que vivimos, nos permitió disfrutar de unos paisajes hermosos, pasamos por diferentes climas y observamos a la madre naturaleza en todo su esplendor. Árboles gigantes, de todas texturas y colores. Piedras tan altas como una casa y llenas de un verdor que era impactante para la vista. De verdad que nuestro país es hermoso, y personas de otros países vinieron para hacer esta tremenda prueba de fuerza, y cuando hablo de fuerza me refiero no solamente a la física, sino a la mental también. Le comenté a mi compañera que otras en nuestro lugar, probablemente se habrían alterado bastante, pero nosotras mantuvimos en todo momento la calma.
Estoy muy contenta por la experiencia, y a pesar de saber desde los primeros kilómetros que no sería la mejor de mis pruebas y que lo más probable es que no terminaría, no cambio por nada la experiencia vivida. Son cosas que no todos se atreven a desafiar. Como mujer me siento muy orgullosa de todas aquellas que llegaron a la meta y lo lograron, pero aún más de todas las que lo intentaron, y que a pesar de las negativas y de lo que escucharon en sus casas con su familiares y/o amigos, no se detuvieron y decidieron dar ese gran paso y vivir una aventura sin precedentes.
Les recomiendo que de vez en cuando, tengan contacto con la naturaleza, que salgan si bien no correr como nosotros “los locos” porque así nos llaman; vayan a caminar por una vereda, visiten pueblos mágicos, conozcan a su país que es muy basto y de paso verán que se conocerán a ustedes también. El reencuentro con uno mismo, es un regalo que nos deberíamos de dar todos en algún momento de nuestra vida, pueden descubrir cosas maravillosas, como yo, que me di cuenta que la verdadera fuerza no estaba en mis músculos, sino en mi mente y en mi corazón.
Y para qué son las alas, sino más que para volar…