POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Una de las múltiples formas en que se expresa el sentido común que se instaló en la mentalidad mexicana, sobre todo a partir de los años 80, es eso que el joven historiador Pedro Salmerón llama el “echeleganismo” definido por él mismo como “fase superior de la mercancía ideológica neoliberal”, una manera de pensar que se traduce en actitudes ante la vida en la que todo es cuestión de echarle ganas, pura voluntad y enjundia para que los problemas que cotidianamente enfrentamos se resuelvan, sean estos económicos o políticos o de salud o de cualquier índole.
Si no nos alcanza el miserable ingreso, como a la mayoría de los mexicanos, es cuestión de hacer un mayor esfuerzo para conseguir un trabajo adicional, o trabajar tiempo extra y tendremos los recursos que nos permitirán adquirir lo necesario y, en una de esas, hasta lo que siempre hemos soñado. La vida cotidiana de quienes laboran en la maquiladora, o en la construcción, o en el comercio, o en el taxi o en…nos muestra que la afirmación de que “es cuestión de echarle ganas” es una soberana estupidez. Cuestión de preguntarle a cualquier taxista de cuantas horas consta su jornada laboral y cuanto recibe a cambio, por supuesto sin prestaciones laborales, sin seguridad social, sin servicio médico, etc.
Echarle ganas a lo que percibimos como problemas políticos es, en la práctica, hacer un esfuerzo permanente para que el candidato que apoyamos se acuerde (suponiendo que obtenga algún cargo público) que repartimos volantes, que hicimos “pegas”, que organizamos reuniones con nuestros vecinos para promocionar su candidatura, todo para que al final nos diga “no pude hacer nada por ti, pero échale ganas que a lo mejor en la próxima”.
El echeleganismo en el territorio de la salud emerge cuando el diagnóstico médico nos descubre como hipertensos o diabéticos, o sea cuando terminamos por asumir que nuestra enfermedad es producto de no haberle echado ganas para estar pendiente de la alimentación, o de no haber desarrollado los hábitos vinculados con el cuidado corporal. El echeleganismo esconde el carácter social de la enfermedad, oculta que el cáncer, por ejemplo, tiene que ver con las condiciones ambientales en las que vivimos, o que la hipertensión tiene, entre otros factores desencadenantes, las enormes dificultades para obtener un ingreso decente (por más ganas que le echemos), o la angustia de vivir en una ciudad como Torreón donde un día sí y otro también ejecutan a alguien en la calle y a plena luz del día.
¿Y qué decir de la diabetes, enfermedad vinculada a nuestra alimentación, misma que hace mucho dejó de estar bajo nuestro control, personal o familiar? Desde hace años, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, la industria alimentaria diseñó potentes estrategias que le permitieron colonizar nuestro paladar. Hoy, el enorme conocimiento científico sobre la forma en que se construyen nuestros gustos es patrimonio de grandes consorcios alimenticios, gracias a los cuales saben, mejor que nosotros, lo que nos gusta, lo que seduce a nuestro paladar.
¿Sirve de algo echarle ganas a nuestra decisión de combatir nuestro consumo de bebidas gaseosas? Se necesita algo más que voluntarismo, sobre todo cuando es la industria refresquera la que conoce la dosis perfecta para mezclar azúcar, sal y saborizantes para controlar (e incluso construir) nuestro gusto, la que sabe de esos momentos en los que la soledad puede ser paliada por algo de serotonina y dopamina producidas por el consumo de una buena coca y un buen gansito.
Echarle ganas tiene sentido si se le agrega conocimiento, solidaridad y proyecto de transformación.